IV. Contagio

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El pequeño Peter a veces tenía los ojos tan azules como los de su padre Alfa –¡Steve seguramente lo amaría!– y en otras ocasiones eran tan marrones que Tony se imaginaba que era idéntico a él.

—¡Hola, papi! —Peter saltó en la cama y lo miró.

Tony se movió con el movimiento del colchón, algo dolía horrible en su pecho, demasiado. Intentó abrir los ojos, pero se sentían tan pesados. ¿Y era sólo él o hacía muchisimo frío?

—¡Papi, papi, vamos a jugar! —Peter seguía gritando y rebotando en la cama—. ¡Levántate, anda!

Tony buscó al niño a ciegas, su mano tan pesada caía sin encontrar más que el aire.

Su vocecita estaba un segundo a su lado, después sobre él y más tarde a los pies de la cama... Siempre inalcanzable, siempre alejándose...

—¿Papi, yo voy a ser como tú o como papi Steve?

Tony hizo un sonido de agonía total.

Nunca lo sabrían ya. Nunca sabrían cómo habría sido su hijo.

A momentos decía el nombre de su Alfa, de su predestinado, y después era un doloroso “¿Peter? ¿Peter?”

Y su corazón roto, a medias sin Steve, era totalmente contagioso.

Peper soltó la mano de Tony, la había atrapado esa última vez que tembló sin control. Estaba tan frío ya.

Se limpió las lágrimas y miró a Nat. —Se está muriendo. Tony está m-murien-do —su voz rompiéndose al final.

—¿Steve? —ésta vez fue el nombre de su esposo el que Tony pronunció.

Lo llamaba cada cierto tiempo y después a un tal “Peter”.

Natasha se separó de la pared en la cual había estado apoyándose. Ella y Peper se habían conocido hasta que sus amigos se comprometieron, por lo que era entendible que cada una tomara siempre un bando distinto –aun cuando a ellas mismas las unía aquel lazo extraño–, pero esta vez ni siquiera ella podía defender a Steve. No podía imaginarse su dolor, pero dejar a Tony fue lo peor que pudo hacer, no ayudaba a ninguno de los dos.

Miró a Tony Stark, aquel Omega coqueto y alegre, ahora ceniciento y delirante, tan delgado que sus huesos se marcaban de un modo enfermizo. ¡Y sólo había pasado una maldita semana!

Después miró a la linda Omega rubia, cuya piel estaba marcada por profundas ojeras y lágrimas recientes y otras frescas. Se acercó, puso su mano sobre las de los amigos ya unidas de nuevo y besó la frente de Pepper. —Voy a ir a buscarlo. Tiene que volver. Si no vuelve, Tony va a morir en un par de días.

Pepper aferró su mano, antes de dejarla ir. Insistió hasta que la pelirroja la miró. —Y Steve también. Son predestinados.

Natasha hizo una mueca, molesta. Ellas eran tan distintas y aun así...el destino solía tener planes extraños.

Nat saltó su mano de un tirón. —¿Y crees que él no lo sabe? Tal vez ninguno de los dos quiere ya la vida, esperaron tanto por un hijo y ahora lo pierden... ¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Que si no pueden vivir juntos después de esto, deberían...?

“Morir juntos”.

Ninguna de las dos lo dijo en voz alta, pero ambas lo pensaron.

Pepper volvió su vista hacia Tony que balbuceaba de nuevo y susurró, aunque la Alfa sabía que era para ella y la escuchó mientras salía: —Yo querría morir contigo si fuera el caso.

¿No era así como debía ser?

Eran predestinados, una sola alma, un sólo corazon. Eran esposos, “En las buenas y en las malas. En la salud y en la enfermedad...”

A Tony le gustaba mucho aquella cita de una mundana escritora (Cassandra Clare): “Te amo y te amaré hasta que me muera. Y si hay una vida después de ésta, te amaré también entonces”.

Pepper sabía que así de fuerte era lo que sentía Tony por Steve. Y quizá sus corazones estaban rotos ahora, pero en la vida o en la muerte, deberían volver estar unidos. Sólo así estarían completos de nuevo.

—Steve, Steve... Vuelve, mi amor —Tony murmuró por última vez.







* * *

Creo que de esta pequeña historia serán 10 capítulos, no más, ¿listos para el final que haga honor al título 💔💔?

Corazones rotos (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora