Corazones rotos (Stony)

V. Las ruinas de un Gran Alfa

Sobresaliendo de la hierba de un verde intenso y llena de vida, había un lobo en agonía.

Su pelaje que alguna vez fuera brillante como el oro, hoy parecía de un arena sucio. El gran lobo Alfa se moría y no hacía nada para evitarlo.

El grueso pelaje apenas cubría sus huesos. De aquel imponente lobo monumental quedaban ya sólo las ruinas. Sus párpados pesados lucharon por abrirse y dejar paso a unos ojos grisaseos que un día fueron como el cielo...un cielo que se iluminaba sólo al mirar a su compañero predestinado.

El animal gimió al recordarlo, cómo se habían sentido cual cuchillos clavándose en su costado, hundiéndose hasta llegar a su corazón. Porque el dolor, la agonía de Tony –de su Omega– se filtraba hasta él.

Porque la sentía en sus huesos, en sus entrañas. Porque Tony lo miró y revivió el dolor de la pérdida y, maldita sea, Steve lo sentía con él. Aun cuando el pequeño Peter nunca estuvo en su vientre, Steve sintió su pérdida, el vacío que dejó. Porque cuando Tony sufría, era un libro abierto para él y por un momento fueron uno.

Y Steve no podía. No pudo. Tomó su dolor, porque no podía con el de ambos, y se fue.

La presencia conocida a su lado lo encontró antes de que Steve lograra cerrarse. Steve sabía –en la poca conciencia que le quedaba– que su manada lo buscaba, pero él no quería nada, no quería a nadie.

Sólo a su Omega y sólo a su hijo.

Pero su hijo estaba muerto y el lazo con su Omega se estaba desgarrando.

—Oh, cariño —algo crujió a su lado y un cuerpo cálido y humano lo envolvió. Sintió unas manos fuertes recorrer su lomo y trazar círculos antes de bajar hasta donde su débil latido se sentía—. Tienes que volver, tienes que volver, Steve. Tony está muriendo sin ti y tú sin él. Su bebé murió, pero ustedes no,  Steve. Vuelve y vivan.

Steve quería aullar su dolor, que cada miembro en la manada lo sintiera. Pero no pudo, no tenía la fuerza ya; su queja fue un sonido lastimero que aquel Omega en cama sintió.

Hubo un quedo “Steve” que interrumpió su dificultosa respiración.

Los ojos del lobo se abrieron.