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—Finn, la corbata.

—Solo es un detalle...

—La corbata, Finn— masculino entre dientes, bajito para que nadie oyera más que el. Se la terminó por acomodar de todas las formas y me fulminó con la mirada. En esos momentos, ni su más amenazadora cara podría asustarme, los nervios eran más grandes.

—¿___ y Finn Wolfhard? —oímos de pronto, al final del pasillo. Una mujer de cabello gris y totalmente recogido, hasta el punto de estirarle la cara, nos indicó que pasáramos al despacho de la directora.¿___ y ​​Finn Wolfhard? —Oímos de pronto, al final del pasillo. Una mujer de cabello gris y totalmente recogido, hasta el punto de vista de la cara, nos especificamos que pasamos a la desesperación de la directora.

Finn se colocó de pie primero, y extendió su mano para que hiciera lo mismo. La diferencia, es que mis rodillas temblaban de una manera que nunca antes había visto, y las náuseas que habían impedido mover un solo músculo.

—__, es hora —susurró Finn, con la mirada brillante y emocionada. Sostuve su mano, lo hice por él y por mí, por ambos y por mí, por ambos y por nuestro futuro. En cuanto la toqué, el comenzó a acariciar mis dedos con los suyos. Hace tiempo que no hacía eso, y su roce me tranquilizó lo suficiente para caminar hasta el final del pasillo.

Entramos, y la misma mujer nos esperaba detrás del escritorio. Ella decidiría todo, era nuestra última esperanza.

¿Finn y ___ Wolfhard? —Asentimos—. Tomen asiento, por favor.

Nos sentamos, y de inmediato, la mujer clavó su dura e impenetrable mirada en nosotros.

—Finn profesor en una escuela pública... ____... mesera —me mordí el labio, dicho así, nuestra vida parecía carecer de muchas cosas, cuando en realidad, era que no nos faltaba nada gracias a mis padres, aunque claro, faltaba la guinda del pastel y está mujer era quién nos daría si podríamos comer o no—. ¿Se sienten preparados para ser padres? 

Finn tragó saliva y con la voz ronca, pero segura, dijo: —Desde hace más de un año —la directora nos miró con suspicacia y sonrió de medio lado. Era extraño para un rostro como el suyo. Comenzó a revisar unos papeles, leyó otras cosas, y finalmente cerró la carpeta en la cual se encontraba todo el informe que nos hicieron durante un año para verificar si seríamos buenos padres o no.

—Bueno, todo luce en orden, los papeles están al día y han hecho todos los trámites... ¿Quieren ver a sus hijos ahora? Solté un grito ahogado de la emoción, Finn tuvo que sostenerme para no caer desmayada de la silla. 

 —¿A-a-ahora? —murmuré, casi sin creerlo. 

—¿A eso han venido, no? Vamos, les presentaré a Adelaide y Lucas Wolfhard —me prometí no llorar, y no lo hice. Pero no pude ocultar toda la emoción que sentía de saber que en unos minutos vería a mis hijos. Mis hijo. Cruzamos todo el hogar de protección de menores. Habíamos acordado con Finn, adoptar a quién más lo necesitase. En sí, todos los niños de los orfanatos se merecían lo mejor, pero el hogar de protección de menores apareció de la nada, como si supiera de nuestros planes. Nunca vimos a los niños, aunque especificamos que queríamos a unos, parte de nuestro sueño era el tener mellizos. No nos importaban sus rasgos, su etnia, de donde procedía, porque todo eso no importaba, ya que lo único que queríamos, era darle amor. Entramos a un cuarto de techo alto, mohoso y amarillo. Era deprimente, a diferencia del resto del hogar, que desbordaba colores.

—¿Qué hay aquí? —me atreví a preguntar.

—Aquí duermen los más pequeños —me respondió la directora. Me sentí mal de inmediato, y quise llevarme a casa a todos los niños que dormían en sus cunas—. Pero es temporal, es que están pintando sus habitaciones y el olor a pintura fresca es muy fuerte para ellos —eso me tranquilizó. Pero sólo un poco. Nos indicó que la siguiéramos y se detuvo a mitad de la sala, frente a dos cunas. Debían tener sólo unos meses. La niña, era pequeña, rosada y lo más pequeño y enternecedor que haya visto en mi vida. Y el niño, tenía pequeños rizos y unas mejillas sonrojadas, no pude evitar a ver a Finn y sonreírle con emoción.

Llegaron hace tres meses, tienen cinco. Los abandonaron en un carro de supermercado, luego supimos que su padre era alcohólico, y que su madre estaba muerta por sobredosis. 
Eso no importó, porque ellos eran ahora mis hijos, le daría mi vida si fuera necesario para que fuera feliz.

—Son hermosos —murmuró Finn, aún sosteniendo mi mano, y apretándola con fuerza. La directora tomó al niño en brazos y me lo ofreció, con mucho cuidado, después hizo lo mismo con la niña y se lo ofreció a Finn, puedo jurar que vi pequeñas lágrimas en el rostro de mi esposo. Lucas seguía dormido, era como un pequeño muñeco de esos con los que jugaba Finn de niño, y los solía robar para crear historias juntos a mis muñecas. Cuando lo tuve conmigo, contra mi pecho, supe que ya era feliz.

Finn me abrazó por la espalda y acarició la mejilla de Adelaide con extrema dulzura.

—Vamos a llenar unos cuantos papeles más, y ya se podrán ir con la pequeña —asentimos sin prestarle mucha atención, inmersos en las pestañas de Adelaide y en las mejillas de Lucas. Firmamos algo por aquí, algo por allá, ni siquiera lo leímos del todo, queríamos irnos ya. Cuando al fin nos despedimos, el niño despertó. No supe que hacer, el seguía en mis brazos y temía soltarlo y que cayera al suelo. Pero sólo abrió un poco sus ojos y miró a su alrededor... y me sorprendí de ver que tenía los ojos como de Finn. —Tiene los ojos de su padre, ¿no te parece? —él me miró extrañado, hasta que se dio cuenta del detalle. Sonrió como nunca y me besó en los labios. Ahora me sentía completamente seguirá que al fin, éramos una familia

 Ahora me sentía completamente seguirá que al fin, éramos una familia

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Lo sé, lo se. Han pasado siglo desde la última vez, pero ya estoy de vuelta! :D

Please, Marry Me. | F.W. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora