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En el reino Germa estaba a punto de desatarse una gran guerra con el continente vecino por los recursos minerales que se hallaban en las fronteras de ambas tierras, esto obligó al rey Judge a buscar aliados y entre ellos, resaltaba un consejero de porte experimentado en el campo de batalla.

Su nombre era Zoro San Tōken, el hijo primogénito y ahora líder del clan más antiguo y poderoso de Gurīn. Habiendo peleado en infinidad de combates y creado múltiples estrategias que llevaron su apellido a la cima, las personas le profesaban un sumo respeto, no paraban de repetirle el honor que era para el país que se alojara en el castillo y que respondiera a su llamado a pesar de no tener relaciones estrechas. Cada habitante lo trataba como se debía según su posición, todos menos el tercer vástago del soberano.

–¿No te cansas de estas juntas tan aburridas?

Sanji Bouclé Jaune era mimado e infantil, hartante, imprudente y llorón. Su mayor don era sacarlo rápidamente de sus casillas con una o dos frases, su record eran dos y media, de ahí en adelante no conseguía ignorarle, lo hacía enojar, lo picaba, lo provocaba, pero él estaba a palabras de conocer su límite.

–No.

Lo esperaba siempre al finalizar las reuniones de los capitanes, no importaba si duraban horas o anochecía. El niño rubio estaría aguardando tranquilamente al concluir fuera de la sala con ojos traviesos y expresión de no romper un plato.

–¿Ya dejaste de ser cordialidad y sonrisas?

–Te aconsejo que te detengas.

–¿Y si no quiero?

Recogía mapas y plumas. Tomaba libros que hablaban extensamente del terreno, sus ventajas y desventajas para leer esa tarde.

–Vas a conocer un lado mío no muy agradable.

–El honesto.

Rompió su propia racha, y la rompería una segunda vez.

–Mocoso –golpeo la mesa con fuerza, haciéndola temblar–. ¿Cuál es tu problema?

–No soy un mocoso. A ti te queda mejor ese apodo.

Este maldito príncipe.

–Te daré una recomendación; cierra tu linda boca.

–¿Realmente quieres que la cierre?

El príncipe Sanji lo provocaba, lo picaba y lo hacía enojar como nadie. Era atrevido y desvergonzado, egocéntrico y un poquito cruel. Era un excelente jinete, buen bailarín, inteligente y audaz en sus intervenciones al haber cualquier tipo de conflicto que requería una solución instantánea. Sanji sabía cocinar y amaba a las mujeres, le gustaba un vino casi extinto y bañarse desnudo en el rio a medianoche. Era insistente y agobiante en sus apetitos, cuando su deseo se volvió el, ningún ser sobre la faz del mundo hubiera podido detener esa sucesión de situaciones.

–Por hoy, sí.

–¿Qué? ¿Encontraste a otro que si te satisfaga?

Celoso, explosivo y superficial en muchos aspectos. Posesivo e inseguro, cerrado al amor pero tierno y sensible.

–Si es así, puedes decírmelo. No es como si estuviéramos prometidos.

Sanji era un amante complicado.

–¿Por qué piensas eso? –ese silencio pronosticaba una discusión bastante subidita de tono. Cerró la puerta con seguro, no anhelaba sentirse de nuevo pillado por Law y Oda lo ayudara si el que los veía en posiciones comprometedoras no resultaba ser Law–. Habla problemático.

–No lo sé. Tal vez porque te niegas intimar completamente avec moi.

–Sabes por qué no lo hago.

–No voy a quedar embarazado pasto retrasado.

Lo miro. Sanji se había convertido en un enemigo insostenible, en ese duelo inesperado y en su derrota insospechada. Porque si, se sentía rendido a los pies de su joven majestad

–Sanji.

–Háblame con propiedad.

Soporto la risa en su garganta. Sanji era hermoso, blanco como los vestidos de las novias y dorado como el trigo, sus ojos eran un mar de quimeras y placer. Lo único a su favor delante de ese perfecto dios era su altura.

–Su eminencia –acorto la distancia en unos pasos y toco esas suaves manos impolutas–. ¿Qué pasa?

Susurro la pregunta con delicadeza en su oído, depositando un solitario beso en su mejilla rosada. Los orbes azules lo miraban con aflicción y furia.

–No me trates como un chiquillo. No nací ayer, sé que te iras... en... unas semanas.

–En algún momento te enterarías...

–¿No estaba en tus planes decírmelo? Solo ibas a abandona-.

–Calla –limpio las lágrimas calientes de su rostro ceniciento por la angustia, rozando con los dedos esos quebradizos labios–. No sabía cómo... como podría habértelo dicho sin que entraras en histeria, me maldijeras y repudiaras...

–Igual lo hago ahora. Así que no te sirvió guardártelo.

–Estas aquí, hablando. Creo que si me sirvió.

–Te odio Zoro.

–Yo sé que no. Me amas... como yo te amo a ti.

Él fue al primero que le hizo tal declaración, fue el primero que lo conquisto a base de tontos y acertados piropos en la madrugada cuando buscaba la soledad de la biblioteca, el primero que lo trato como un igual que no bajo la cabeza ni la alzo, el primero que lo miraba con lujuria mal disimulada en una cena con reyes y princesas, el primero que lo convencía con artimañas y manipulaciones de besarlo. Sanji era el primero en muchísimas cosas...

El amanecer salvaje de la mañana siguiente tuvo que partir repentinamente. Los enfrentamientos acaecían con violencia y la victoria devastadora de los D. Los guerreros necesitaban un general, una voz que los impulsara y para el gobernante del Germa ese, era él.

No se despidió de su tenshi. Lo habría hecho de ser consciente que esa sería la última vez que se verían en esa vida.

7 relatos salvajes || One Piece Week 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora