La Partida (252Kg//555Lb)

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   Pukú me llamaba. Caminaba entre los pasillos de la casa. Observé por última vez cada detalle de lo que alguna vez fue mi hogar. Me había cambiado la ropa, ya que mis prendas estaban repletas de la sangre de Alán. Ese día no sólo era el de mi partida, sino que era uno de los aniversarios de Pukú viviendo conmigo. Ella comenzaba a dejar de ser la niña que conocía, y se había convertido en toda una mujer. Ella quería que tuviéramos una cena super especial, por lo que estaba en la casa para verla una última vez. Llevábamos dos años y medio viviendo este tipo de vida, y las cosas estaban resultando perfectas. Ella era la mejor hermana que podía existir, pero honestamente no la merecía. Ella era grandiosa. La esperé en casa, ya que ella llegaría un poco noche. Estaba preocupada porque no podía tener contacto alguno con Alán, pero supuse la comida la haría quitarse ese estrés de encima. Al menos a mi me ayudaría a olvidar que sería el último día en el que vería a mi hermanita. Estuve sentada en el sofá. Miraba televisión mientras dejaba salir mi panza de mi camisa y la sobaba lentamente. Pensé en todo lo que había pasado. Todo había cambiado tan rápido. Eramos personas totalmente diferentes a las que alguna vez habíamos sido. Recordaba con añoranza y cariño todo este tiempo que había pasado con ella. Era en realidad dejar mi vida, y toda mi retrospectiva me estaba causando sentirme verdaderamente emocional.

   Me recordé como una chica delgada, llegando a mi antigua universidad, preparada para hacer grandes cosas. Me recordé jugando soccer, y fumando marihuana y tomando en el campus escolar. Me vi conversando con chicos. Incluso en ese lugar seguía siendo vista cómo una chica modelo. Las mujeres me envidiaban y me veían caminar con mi escultural cuerpo al rededor de todo el campus, robando las miradas de todos los chicos que se encontraban cerca de mi. Me recordé aquél día de Febrero. En el entrenamiento se nos había encargado practicar la finta y los movimientos de balón. Recuerdo a Esperanza corriendo hacía mi. Sentía vergüenza. Me sentía fracasada. Recuerdo llegar a casa. Pasarme todo el día comiendo. Mirando la fractura en mi pierna. Pronto todo se comenzó. La ropa se comenzó a sentir incómoda. Mis piernas y mi cuerpo comenzaron a verse más grandes. Mis senos crecieron. Mi cuello comenzó a ocultarse. Caminaba en la calle avergonzada. Mis amigas me habían adoptado cómo su mascota gorda. Era una pena existir... hasta que mi despertar ocurrió. Todo ha sido cómo el cielo desde que mi mente se dio cuenta. Era una mujer gorda ahora. Esa era yo. Pukú lo sabía, porque gozábamos del mismo destino. Comencé a comer. Comencé a comer. Me vi atrapada en comida y fascinada por mi talento, pero había algo que no cuajaba... No le decía a nadie, pero estaba sola. Amaba verme como era, y amaba quererme. Pero no había un sentido en nada. Engordaba y era lo que quería hacer, pero no encontraba un porque. Estaba confundida. Pero ella llegó. La chica que alguna vez en el pasado fue mi nemesis deportiva, era ahora la llave a mi psique. Me hizo ver lo que era. Me hizo darme cuenta que ser gorda era lo mío. Me hizo entender todo este viaje por el que pasé. Me hizo ver quien quiero ser en realidad. 

   Aquella noche era callada. No había nadie a mi al rededor. Era mi última noche aquí, y quería aprovecharla. Tome mis dedos, y a pesar de no haber comido aún, decidí masturbarme. Fui a la cama y me acosté. Puse una de mis manos en mi panza. Era una maldita calentura pasajera, pero quería vivirla. Sería la última cosa que mi vagina haría en esta casa. Me comencé a masturbar lentamente, mientras me visualizaba. Siempre había sentido que toda la metamorfosis que mi cuerpo había sufrido, era algo excitante. Me gustaba la idea de cambiar quien soy. Ya no era la Dobuita delgada que podía correr dos horas enteras en una cancha de atletismo. Ya no era la Dobuita que disfrutaba de largas caminatas. Ya no era la Dobuita que cuidaba su alimentación. Ahora era esto. Una mujer gorda. Una chica que camina y suena pesado. Con uno senos exorbitantemente grandes. Un culo jugoso, gordo y repleto de celulitis. Piernas gordas como dos bloques de masa. Una panza enorme y repleta de estrías. Brazos anchos y colgados. Era todo lo que deseaba. El ruido de mi panza golpeando mis piernas me excitaba. Mis muslos tocándose y pegándose me prendían aún más. Este era el cuerpo que quería. El cuerpo que siempre había deseado. Era libre y feliz. No importaba lo cercana que la muerte podía ser. No importaba lo grande que podía llegar a estar. No importaba nada... Ahora soy quien siempre quise ser. Ahí fue cuando me vine. Los fluidos salieron. Me quede acostada mirando a la nada. Esa en realidad sería la última vez que me vendría en esa cama. Me despedí. Era la misma cama que me había visto convertirme en esto. Y ahora me iría siendo alguien distinta. 

   Minutos después ella llegó. Traía bolsas de comida. Llevaba una bolsa con hamburguesas, otra con montones de pan, otra con pollo frito y una pizza mediana acompañada de un par de sodas de 2L. Ella si sabía lo que quería, no se andaba con rodeos estúpidos. Me levante lentamente del sillón, y me acerqué a recibirla. Ella me sonrío, y de inmediato ambas nos sentamos en la mesa preparadas para disfrutar de un festín. Yo tomé el pollo frito, y lo devore lentamente, mientras ella se centraba en las hamburguesas. Me acariciaba la panza mientras la grasa del pollo se embarraba en mis dedos, los cuales terminaban embarrando mi barriga cuando comenzaba a acariciarme. Pukú comía a una velocidad parecida. Podía sentir cómo mi cuerpo absorbía las grasas, y lentamente engordaba más. Me volvía más pesada de a lo que estaba acostumbrada. Mi gordura se expandía, y se expandía, hasta que no podía más. Debía tomar algo para que todo se rebajara. El gas de la soda me encantaba. Era refrescante y me hacía sentir mucho más grande de lo que era. Lo que era raro, porque honestamente me había convertido en una mujer de talla muy pesada. Era obviamente obesa, y estaba en el rango de ser mórbida. A la vuelta de llegar a la inmovilidad. No quisiera llegar a eso, ya que no me agradaría... pero tampoco lo he experimentado. Pukú me dio un golpe en la panza, la cuál reboto y se movió de manera gelatinosa. Ambas reímos. Le apreté una de sus lonjas, y ella respondió moviendo sus caderas, y causando que toda su gordura se sacudiera. 

   Ambas terminamos llenas, y nos sentamos en el sofá a observar algunas series mientras terminábamos la pizza y continuábamos dando tragos a nuestras sodas. Seguía golpeando mi panza y sobandome. Sentía los mini-orgasmos de siempre, y gemí silenciosamente. Pukú hacía lo mismo. Yo ya sabía que ella había descubierto lo de engordar por excitación desde hace tiempo, y probablemente porque ella toda su vida a sido gorda. Miré hacía abajo de mí, y note cómo mi panza sobresalía. Redonda. Perfecta. Lonjas colgaban de ella. y estas impedían que viera más allá. Mi campo de visión se limitaba a la parte de arriba de mi panza. Pero no importaba. Me gustaba esto. El cuerpo que tenía era perfecto para mi, y estaba orgullosa de cada una de mis lonjas. Mi hermana parecía estar igual. Su mirada se perdía, y me dejaba notar su papada. Era adorable. Pukú se había convertido en la hermana delgada. Había sido un cambio de roles interesante. Yo era ahora la solterona, y ella... bueno, antes tenia a Alán, pero se que habrá otros chicos por delante. Yo me cansé de los hombres, pero supongo ella no. Sigue siendo una niña. Noté que comenzó a caerse dormida, y la desperté tratando de convencerla de que se levantará y fuera a la cama. Ella me obedeció. Recordé nuestra infancia. Recordé el ser dos niñas gordas y depender sólo de nosotras. Eramos eso otra vez, pero era momento de crecer y dejar el pasado atrás. 

   Pukú se acostó en la cama y la hizo tronar. Le di un beso en la mejilla, y toque su rostro por una última vez. No sabía si la volvería a ver. Regresé al comedor y recogí todo. Comí un poco de pan y me dirigí a mi habitación, para hacer mis maletas. Dormí observando al cielo a través de mi ventana. Recibí mensajes de Rebeca. Pensaba en mí, y yo pensaba en ella. Al día siguiente pasó por mi a las diez de la mañana. Pukú estaba en la escuela. Le escribí una carta despidiéndome, y diciéndole que estaría bien. Rebeca tenía contactos grandes, y nos mudaríamos a Japón. Nadie me encontraría ahí. Le dije a Pukú que el asesinato de Alán había sido en defensa propia, pero que aún así no podía verla a los ojos después de eso. No sabía cómo reaccionaría, pero esperaba lo entendiera. Rebeca llegó y me subí a su camioneta. Arrancó hacía el alba, y yo observe por la ventana cómo poco a poco me alejaba de lo que alguna vez había sido mi hogar. Extrañaré esta ciudad. Rebeca puso su mano en mi pierna, y luego apretó mi panza. Le sonreí. Me complementaba; - Oye... quiero saber si me ayudarías en algo - dijo ella. Recargue mi cabeza en su hombro, y le besé en la mejilla queriendo saber a que se refería. Ella señaló su estomago, y luego titubeo; - Quiero crecer contigo - me sorprendió, pero no sentí nada malo. Ella estaba siendo honesta, y también quería cambiar. Ahora sería yo quien engordaría a alguien. Mi vida nueva había comenzado...

La Atleta (Un Relato Fetichista)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora