Capítulo 2 Borgoña de Sangre

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Salto de mi boca esa oración, después verla atrapada con su vestido en un tablón de madera que le impedía salir, cuando las dos estábamos en el sótano explorando.
Esa vez que estábamos conociendo nuestra casa permaneció rodeada de polvo por horas. Hasta que mi madre la encontró.
Sentí culpa, pensaba que estaba jugando, pensé que fingía, acostumbradas a basilar, esa vez no note la diferencia de otros días. Ese día fue su primera experiencia con las alergias que hasta hoy las tiene. Yo no tenía nada que ver con esa mujer tan frágil yo era diferente. Tenía que cuidarla. Y ella sería persistente a mi manera tan extraña de ser. Me quedaba de rodillas para ver como sanaba. Mis manos con agua tibia le bañaban el rostro.
Fue ahí cuando tome la libertad de estar sola, empecé a sembrar semillas y con la ayuda de mi padre hice un Invernadero. A veces se asomaba por la ventana. Y venía a mi con su mirada. 

--- No tenemos. De esas flores, no tenemos. Contestó al hombre al le había ofrecido un ramillete de flores, el que arregla los zapatos en la ciudad, había venido hasta su casa, la siguió, sin haberme dado cuenta tocó el timbre y abrió la cerca, estaba pidiendo una clase de flor que en esta temporada no crece. No venía a buscar flores ese hombre tenia interés por saber donde vivía.
Era un misterio caminar por el camino de piedras y llegar al invernadero. Era otra persona, un hombre anatómicamente imposible. Su hermana teme que su expresión de género sea un truco. Lo dicen sus ojos al verla mientras se encuentran en la mesa cenando.
Ese hombre sabía que no trataba con una mujer trataba con un hombre ocultó en este cuerpo que le ofreció flores. Perverso no era, carroñero sí.

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