El Dilema de los Narcisos

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"Entra por favor deseo tu boca, que no salgan palabras ácidas que quiten mi inspiración ha hundirme en ti. Tus senos han de ser sensibles a mis labios. No habrá otra boca que quiera tu piel. Con palabras dulces seré yo ideal para tenerte".
Ese era el pensamiento recurrente de aquel hombre sentía una atracción por aquella chica que entraba a vender flores a su local. Dicen que se tiene que viajar solo al menos una vez en las calles de Florencia, con rosas en mano para entregarlas ha alguien que haga salir de la cómoda soledad. Pero aquella chica no tenía que haber entrado ahí, ese hombre quiere estar en la vida de ella, para pescar un placer, eh intentar salir de la soledad de la peor manera, tenia recurrentes alucinaciones donde la poseía. Ese deseo breve pasaba por su cabeza, no lo dejaría tranquilo.
La casa con el establo a un lado era la que se encontraba apartada de las demás casas del área. El joven esperaba que no estuviesen sus padres, para no escuchar gritos; unos kilómetros de ahí se encontraba el local de hombre que arregla los zapatos, sin compañía alucinaba. En su casa cada uno tienen un absoluto silencio, ese silencio que se tiene como un fantasma que sabes que esta y no se puede mirar.
Ese día los dos se encuentran en su cama, las cobijas sobre salen de las orillas, al despertar ambos tiran de ella, el joven para hacer lo único que lo hace feliz, bajar al establo y convivir con aquellos animales que se encuentran ansiosos.
El hombre en sus años de juventud, hubiera imaginado estar solo, ahora no imagina otra cosa que mas aborrezca, sus entrañas pedían placer, su mirada, su voz, su sonrisa, la de aquella joven que nada sabe de él. Agigantadas son las montañas de los sueños  donde la persigue.
En ambos, el sabor del viento entre los dientes se me pasa lento por garganta con saliva o si dan suspiros largos esos suspiros que sin frenesí dan espacios de agonía para imaginarse a destiempo en un espacio volátil y duró que los ha volcado a estar solos, donde arde la quemadura de una llama sin control que quiere dejar de estar sometida, nace una esperada alfombra dentro del pasillo de sus cuartos al baño, esa alfombra de consuelos para pasear sus piernas cuando ambos se levantan de sus camas arremetidos a la incertidumbre en cuanto sus dedos pidan a prisas el agua tibia, agua que los estremece cuando pasa hacer bruma, el ensueño que se esfuma entre sus piernas, y que alentó a sumergirse al deseo de salir de todo lo que los haga sentir soledad. Quizás ambos primero desearon la usencia de los demás, pero esperándola se perdieron en la lujuria del silencio de ese sabor del viento que entra por la boca y se pasa entre los dientes y llega lento a la garganta con saliva o si dan suspiros largos al intentar decir palabras que no escuchara nadie, como pedir que los narcisos florezcan en invierno frío y seco.
Sin hablar, sin pensar, irá por el pavimento al encuentro. Sus padres le habían encargado al terminar sus deberes en el establo llevara los zapatos de todos arreglar.
El muchacho jovial y enardecido por la llama de su alma vacía que busca saciedad y poco de atención, aquel hombre  tristemente enardecido para  erguir la cara de una manera perversa, en busca de saciedad, también un poco de atención.
La escena desconocida para los dos, un dilema propio, ambos están en un delirio que brota de contemplar narcisos deshojados en medio de otro día que los ha  traicionado, después de estar siempre desmotivados a encontrar compañía que los haga sentir amados.
Con diferentes edades ninguno suele hablar en las noches con la luna, y es ella, la que los inmortaliza a la imagen de una noche  en un tono mayor a negro que a la vez cabecea a un azul crudo, cada uno  estando en casa no son lo que pudieron pensar ser, tampoco son nada de lo que han deseado, nunca serán el dilema, el dilema será que los narcisos se marchitan antes de que dejen de estar  tirados  a la resignación de que nunca encontrar salida, arrancados de la felicidad, se vuelve lejana, sus rostros evidencian sus sueños que se han ido. Sus  rostros no son los de cualquiera, son los de dos hombres que podrían jurar que conocen lo sombrío de la tarde de la ciudad de Florencia, aun cuando los niños se acerquen haciendo malabares, bien logrados.
--Buenas Tardes, vengó a dejar unos zapatos, son de mis padres y míos..
-Sí claro, adelante, ¿Son ustedes los del establo verdad?
--Sí, ¿Como es que usted lo sabe? Nunca lo he visto pasar.
El nervosismo hizo que tirará los zapatos al recibirlos.
-Porque alguien me ha contado.
El joven sabía que ese hombre nunca ha puesto un pie en el establo, ya que es el quien atiende a las personas que van.Hay algo que oculta y lo puede sentir.
--Que bellos narcisos, aunque estén secos son agradables.
-Sí, las flores me enloquecen, estoy esperando a la persona que me trae nuevas.
El joven lo observa como si supiera que ese hombre es malvado, pero en sus hojas se puede ver algo en común, el silenció fantasma y la soledad.










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