CAPÍTULO 4.

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El olor a oxido y aceite me despiertan, ya es de día, Gabriel duerme a mi lado y Mike descansa sobre su brazo, el sonido de unas pesadas botas le hacen abrir sus ojos, su mirada no es más sino de miedo.

Con su dedo sobre los labios me indica que haga silencio, mientras despierta suavemente a Mike, el olor que emite aquella persona que está a unos cuantos pasos de nosotros es realmente desagradable.

No puedo hablar, estoy atemorizaba, la rata emite gruñidos y busca algo, de lo que fue mi barrio nuevo no quedan sino ruinas, desastre total.

Poco después aparecen tres más, son grandes, muy grandes, llevan ropa negra y enormes botas, uno de ellos lleva como brazalete un radar, los que los luchadores usaban, están saqueando las casas.

Entran derribando todo a su paso, Gabriel, mi hermano y yo estamos aterrorizados.

—Tranquila, solo tenemos que hacer silencio— susurra mi amigo mientras me agarra la mano.
El ruido de un motor a toda marcha nos sobresalta, cada vez estamos más alertas, un vehículo pasa a toda velocidad, seguido de un grito, gritos de dolor, llevan amarrado en la parte trasera a un guardián, lo reconozco por su uniforme negro mate, los retenidos que saquean se ríen.
Les tomó poco más de dos hora marcharse, habían sacado toda clases de cosas de las casas, finalmente, un carro utilizado para recoger basura se estacionó en la mitad de la calle, los retenidos empezaron a sacar los cuerpos de las casas y los arrojaron sin cuidado alguno al vagón.

—vamos Heli, se han ido— dijo Mike luego de un largo tiempo en silencio, indecisa observé todo el lugar, no había ninguno de ellos.

Gabriel fue el primero en salir, tendió su mano y me animó a salir de nuestro escondite, corrí hacia casa.

De la que sería mi nueva casa solo quedan destrozos, Gabriel y Mike caminaban con cuidado siguiéndome.

Todo estaba desordenado, habían hecho triza los muebles, no había nada que sirviera, subí de prisa a la habitación que compartía con Mike, nuestra ropa estaba tirada por todas partes, como si estuvieran buscando algo, tomé el libro de hechicería de mamá y lo guardé debajo de mi blusa, de cierta forma me hacía sentir como si mamá estuviera cerca.

—Parece que buscan algo— habló Gabriel.

No supe que responder, yo solo quería que todo fuera como antes.
Pasos debajo de la casa nos alarmaron, Gabriel nos tomó del brazo y nos arrastró al armario, por suerte era lo suficientemente grande y cabíamos los tres, nos escondimos, los pasos estaban cada vez más cerca.


— Sin hallazgos— habló alguien desde el pasillo.

Al entrar a la habitación, pude ver a un guardián entrar, llevaba un arma en la mano, dio una mirada a la habitación y se dirigía hacia la puerta.
— Ayúdenos — dijimos saliendo del armario.

El guardián llamó a unos cuantos más, nos revisaron, incluso a Mike que era tan solo un niño, luego de asegurarse de que no teníamos nada sospechoso nos llevaron hacia la calle, habían más guardianes, no se veían nada bien, algunos estaban heridos, llenos de sangre.

—¿Qué pasa?— pregunté a uno de ellos.

—Esperamos a que vengan por nosotros.

Creíamos estar a salvo con ellos, pero ellos también esperaban ser salvados.

Nos refugiamos en la casa de nuestro vecino, el que tenía cosechas de papas en el jardín.


De aquella casa que me inspiraba curiosidad solo quedaban objetos que habían sido destrozados, hecho añicos, el olor a sangre invadía las paredes y el frío se sentía en los huesos.
— busquen un lugar cómodo, pasaremos la noche aquí— dijo un hombre mayor, parecía ser que estaba a cargo.

El ópalo de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora