Cuarta escena: Lincoln.

363 21 4
                                    

A veces tengo sueños, sueños donde ruedo por una infinidad de escaleras que me llevan hacía un abismo de oscuridad. Tú estás conmigo en algunos de esos sueños, pero cuando estás, ya no me dan miedo. Me siento feliz, cómoda y protegida cuando estoy a tu lado.

Cuando te vi por primera vez eras una semilla que cabía en la palma de mi mano, y que si la apretaba con fuerza, seguramente se rompería. Y ahora que te vas sigues siendo menor que yo, tan joven, tan bello, tan lleno de vida. Nunca realizaste nada en base a lo que tú querías y eso es lo que me duele más. Viviste la vida para otros y nunca para ti, creyendo que ya tendrías tiempo para eso.

Amable, caballeroso, educado y generoso. Así era mi adorado ejército del pueblo, mi defensor noble y justo, mi guardián en la oscuridad, de noble corazón e ideales de oro.

Mi hijo...

...

—¿No recuerda el rostro de quién lo atacó? Si me pudiera darme una descripción de su cara sería bastante útil para dar con él.

Leone Buccellati preguntó mientras escribía lo poco que el hombre en frente de él le dijo sobre aquello, casi nada en realidad. Leone, o Leo si es que llegabas a intimar con él, era un hombre alto, delgado, de cabello negro y ojos morados tan únicos que era irreal entender como los había conseguido. Vestía con un traje de policía normal, azul rey y sin la gorra; la había extraviado ya hacía unos cuantos años y nunca le dijeron nada por aquello u intentaron reponérsela.

Si Leone era extravagante con esos ojos únicos, el de ascendencia Italiana ni de cerca era el más llamativo las tres personas que estaba en la habitación de ese hospital.

El hombre en frente de él, de cuerpo un tanto musculoso pero que aún se veía delgado miró por la ventana un segundo. Se echó los cabellos, sus distintivos cabellos blancos, hacía atrás con un tirón de sus dedos y sonrió con dulzura.

Leone conocía a ese hombre, y como no conocerlo si al final de cuenta toda la policía del pueblo quería ponerle las manos en el culo, meterle un palo astillado y girarlo como si sus manos fueran un taladro eléctrico.

—Ya le dije, estaba oscuro. No vi nada más que lo que traía puesto, una camisa blanca con estampado de Ronald McJonald, ya sabe, el de las hamburguesa.

Lincoln Loud era un hombre del cual se podía sospechar de todo. Ya sea drogas, prostitución, asaltos, lavado de dinero, secuestros, homicidios y en general cualquier cosa que un criminal pudiera hacer. Si era ilegal, la policía de Royal Woods sabía que Lincoln lo habría hecho al menos una vez. Pero así como ellos creían que era de maníaco lo era de cuidadoso. Nunca pudieron probarle nada, ni adjuntarlo con alguno de los tantos crímenes que se le señalaban.

—Eso no es de mucha ayuda, estuvieron regalando esas camisas hace unos meses, mi esposa tiene una de hecho.

Lincoln miró a Leone como si de un cuadro se tratase, tras unos segundos donde el pelinegro estuvo a punto de retroceder por la incomodidad Lincoln formó de nuevo una enorme sonrisa. No una maquiavélica o pretensiosa. Más bien una tierna, pequeña y corta.

—¡Vaya! La suerte no me favorece para nada hoy. Qué horrendo, he de decir —la enfermera, que se había mantenido callada toda la conversación le pidió a Lincoln levantar un poco su cuerpo para acomodarle las cabeceras que le mantenían sentado. Lincoln obedeció silencioso y al terminar retomó el hilo de su mente—. Supongo que eso no me da muchas esperanzas, ¿o sí?

Los Perros De Lincoln. (Historia Corta de TLH). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora