64. I'm risking all for you and it's worth it ❤️

411 37 43
                                    


Lance todavía no entiende por qué en primer lugar sus tíos lo llevaron al psicólogo. ¿Quizá se asustaron por su comportamiento? ¿Había algo diferente en él que en los otros chicos? Y si era así, ¿qué?

—Lance, tranquilo —le había dicho su tía Gen mientras aguardaban a su turno en la sala de espera—. No vinimos aquí porque pensemos que estés loco o algo.

—¿Y entonces? —El Lance de doce años mantenía la cabeza baja y su voz sonó quebrada, cuestión que se reprochó de inmediato.

—Hay cosas... —Lance la miraba, desesperado. «¿Qué cosas? ¡¿Cuáles son esas malditas cosas?!». Su tía suspiró—. Créeme, te hará bien desahogarte con alguien. Instinto maternal.

Lance no escondió su decepción. Quizo rebatir algo como: «Tú no eres mi madre, tía Gen», pero sabía que eso le dolería y a él no le gustaba lastimarla. Ya había pasado esa etapa. El bebé en los brazos de Gen se removió en sueños, estirando sus bracitos pálidos y regordetos como si estuviera bostezando. La mujer lo miró hacia abajo y sonrió antes de depositar un dulce beso en su frente, ante el cual el bebé no reaccionó en lo absoluto.

Jamie, así le decían. A Lance le agradaba. Le agradaba más que sus otros primos. Cuando ellos eran unos bebés, casi lo volvieron loco. Gritaban, berreaban, rompían sus cosas y no lo dejaban en paz. Pero Jamie es distinto. Fue distinto desde el primer día. Casi nunca lloraba, y cuando lo hacía se le pasaba pronto, porque se debía a cosas muy específicas, como comida o limpieza de pañal. No era ambicioso, ni inconforme, ni ruidoso. Eso sí, era muy pegado a la familia que lo rodeaba. Cuando quedaba a cargo de algún extraño, lo miraba con unos enormes ojos azules llenos de terror, comenzaba a llorar o simplemente se negaba a obedecer. A Jamie le tomaba bastante entrar en confianza, pero cuando lo hacía se convertía en una maravilla de bebé.

—¿Por qué no vas al psicólogo tú entonces, tía Gen? —refunfuñó Lance.

La mujer desvió su sonrisa hacia su sobrino. Lance siempre pensó que es bella, pero de alguna manera haber dado a luz la hacía resplandecer, sobre todo cuando sonreía. Tanto su piel pálida como sus ojos azules y su cabello rizado exudaban lozanía.

—Hagamos un trato, ¿te parece? Hoy vas tú al psicólogo, la próxima semana iremos Steve y yo y cuando tus primos tengan tu edad irán ellos.

—¡Trato!

Lance se animó y se envalentonó tras ello, de modo que hinchió el pecho y caminó firme al consultorio cuando lo llamaron.

Su determinación se esfumó en el momento en que cerró la puerta tras él.

Había una mujer detrás de un escritorio a diez pasos de distancia, una mujer demasiado vieja para el gusto de Lance. ¡Tenía el pelo casi blanco! Y ni qué decir de las arrugas que surcaban su rostro y su cuello como el estigma ineludible de la edad. Además, portaba unos lentes gruesos y circulares que hacían a sus ojos lucir escalofriantemente enormes. Esos ojos se clavaron en Lance como ventosas.

—Ven aquí, pequeño.

—No soy un pequeño —murmuró Lance, frunciendo el ceño—. Tengo doce años.

—¡Doce! —La mujer sonrió, cuestión que empeoró el nudo en el estómago de Lance—. ¿Sabes lo que eso significa?

—No.

—Significa que, efectivamente, has dejado de ser un niño.

—¿Y ahora qué soy entonces?

Ella le guiñó el ojo. A Lance no le daba buena espina su comportamiento. Parecía que intentaba demostrar una faceta de sí misma fresca y animada para simpatizar con los jóvenes, pero la verdad era que el papel no le quedaba. Parecía un elefante bañándose en una piscina inflable.

Things I hate(love) about youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora