~PESADILLA~La noche se cernía sobre la ciudad como un manto que cubría todos los rincones de Nueva York y le daba un ilusorio aire de tranquilidad. Aunque las luces de la ciudad nunca se apagaban, la noche parecía darle un pequeño descanso de todo el movimiento diurno, y se respiraba una calma inusual, al menos, todo lo calmada que podía ser la ciudad que nunca duerme. Soplaba una suave brisa, no lo suficientemente fuerte para estorbar el sueño de los habitantes de la gran manzana, pero suficientemente notoria para helar a los pocos que se atrevían a salir a las calles invernales, cubiertas de una fina capa de nieve. Había pasado un mes desde navidad, pero aún se podían encontrar algunos adornos rezagados.
Uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la famosa Torre de los Vengadores, se encontraba igualmente apacible. No había ruido alguno, ni siquiera una sola luz encendida, lo cual era algo extremadamente inusual.
En una de las plantas más altas, en una de las numerosas habitaciones, había un hombre de pelo largo castaño, durmiendo en una cama.
Sudaba y se removía entre las sabanas, murmurando sinsentidos. Su respiración empezó a acelerarse, agarraba las sabanas con su única mano tan fuerte que los nudillos se le tornaban blancos, y su expresión estaba contraída por la angustia.
Abrió los ojos de repente, profiriendo un gruñido, mientras luchaba por recobrar el aire. Se incorporó miró a su alrededor para recordar donde estaba, que no corría peligro, estaba a salvo. 'Solo es un sueño' pensó.
Una vez su respiración se había calmado, suspiró y se liberó de la sabana que se le había enredado entre las piernas, y se sentó en el borde de la cama. Estaba en su habitación, que estaba completamente a oscuras excepto por la luz que entraba por la ventana, que provenía de las luces de la ciudad, y le iluminaban la cara pálida y resplandeciente por las pequeñas gotas de sudor.
El individuo se levantó y miró hacia la cama, donde descansaba otra figura. Era un hombre musculoso y joven, en sus treintas, rubio. Dormía plácidamente y no pareció haberse turbado en absoluto por el sobresalto del otro. El castaño suspiró de nuevo y sonrió enternecido.
Se volvió para ver la hora en el despertador de la mesita a lado de su cama, las 4:36. Sabía que no podría volver a dormirse, así que se encaminó hacia un estante en la pared, donde reposaba su brazo de metal, que resplandecía a la luz de la noche. Era de un metal plateado y más fuerte que ningún otro en el mundo: Vivranium. Tenía varias franjas de un color dorado, y en la parte del hombro tres franjas de colores: rojo, blanco y azul. Ese era su nuevo brazo, cortesía de Tony Stark quien se lo había regalado después de saber que el hombre no quería llevar su antiguo brazo, el cual tenía una estrella roja. Él había reiterado que no quería ningún tipo de decoración, pero Stark había insistido en adherir los colores del Capitán América como toda una declaración de intenciones. Aunque no lo admitiría, el hombre estaba bastante complacido con la idea, después de todo, era con quien había decidido pasar el resto de su vida, y a quien había jurado proteger para siempre.
Se colocó el brazo y después, se dirigió a una de las dos puertas que había en la habitación, la que estaba entreabierta, y se adentró en el baño para lavarse la cara. Observó su reflejo en el espejo. Vio su torso desnudo y brazos musculosos. El pelo castaño le llegaba hasta los hombros. Su cara pálida con una barba de unos pocos meses, sus ojos marrones y hundidos, enmarcados por unas ojeras de cansancio y unas cejas delgadas. Apartó la mirada algo avergonzado y se dirigió al armario para ponerse una camiseta, con el dibujo del escudo del Capitán América. Entonces fué hacia la otra puerta en la habitación para salir de allí.
Recorrió un pasadizo y avanzó a oscuras a través del piso hasta encontrar el ascensor, entró y carraspeó mientras las puertas se cerraban de nuevo. Entonces alzó la voz, la cual tenia algo rasposa por la falta de uso en varias horas, y habló.
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Deadly Caged Mind ||HYDRA's Spider|| [Castellano]
FanfictionAraña era un activo. Un soldado con un único trabajo: seguir ordenes, nada más. Si le ordenaban que matara, mataba. Si le ordenaban que muriera, moriría. Él no tenia derecho a decidir sobre su propio destino, solo sus amos lo tenían. ¿O no era así...