Extra 1

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Si alguna vez le hiciesen elegir a Dazai cuál fue el año en que peor lo pasó y que más trabajo real tuvo que hacer, él respondería sin pensarlo "El primer año de vida de su hija".

Ser padre era bonito, o al menos eso decía la gente. Dazai estuvo de acuerdo con esa teoría durante al menos los cinco primeros minutos de vida de su bebé.

Dentro de esa famosa teoría, pudo comprobar en el mismo instante en que se convirtió oficialmente en padre que los bebes no nacen con una hoja de instrucciones bajo el brazo, y que alguien incompetente como él que era incapaz de cuidar de sí mismo y mucho menos de otro ser humano no estaba preparado para cuidar de un bebé.

Sin embargo, rendirse nunca fue una opción después de todo lo que había pasado durante los últimos meses, eso y que tenía miedo de que Chuya le diese caza y le arrancase la polla con las manos, amenaza que el pelirrojo cumpliría, aunque tuviese que invertir toda su vida en ello. Además de todo eso, se había prometido a sí mismo y a Chuya que no dejaría a su familia.

Y pensaba cumplir esa promesa.

Habían pasado dos semanas desde que salieron del hospital y desde que Dazai se había mudado oficialmente al piso de Chuya. Era cierto que se había metido en aquella casa por la cara hace unos meses, pero ahora, con el permiso de Chuya, trajo todas sus cosas personales para quedarse durante un tiempo indefinido.

A pesar de la situación actual, Dazai no tenía muy claro cuál era la situación actual de ambos: habían tenido una hija juntos, vivían bajo el mismo techo, pero aún no habían hablado de qué eran exactamente. Él no quería tener esa conversación tan seria en este momento, así que dejó el tema un poco aparcado hasta que alguno de los dos consiguiese derrotar a su hija y que esta durmiese al fin, aunque fuesen cinco malditos segundos de su vida.

Su hija de apenas unas semanas, yacía en los brazos de Chuya abriendo y cerrando lentamente sus ojitos azules mientras su padre la balanceaba de arriba abajo. Chuya respiró tranquilo cuando la niña cerró los ojos y no los volvió a abrir. Miró a Dazai esperando aprobación y este le alzó el pulgar, respondiendo que era seguro seguir adelante con la tarea. Con sumo cuidado y ayudado por la gravedad para hacer el menor ruido posible, depositó a la niña sobre su cuna y la arropó.

En un sepulcral silencio, Chuya caminó de puntillas hacia su cama, donde Dazai ya le estaba esperando con sus brazos abiertos para que pudiesen acurrucarse juntos y dormir por primera vez en las dos semanas. Se sentó en la cama y, antes de poder tumbarse completamente en la cama, un llanto hizo eco por toda la habitación.

—Pero ¿Por qué no duerme? —Preguntó Dazai frustrado y reteniendo las ganas de dar un golpe en la cama.

Esa niña había conseguido ampliar su gama de sentimientos: Ira, frustración y, sobre todo, le enseñó lo que era la verdadera desesperación.

¿Fyodor? No era nadie comparado con el llanto de media noche de Seina Nakahara.

—Chuya quiero dormir...

—¿Y YO NO? —Preguntó sarcástico.

—Tal vez debemos ceder y llevarles la niña a ellos...—Su sugerencia hizo que Chuya palideciese.

Ambos sabían que llevarle la niña a uno de ellos sería ir en contra de todo por lo que habían luchado durante los meses de embarazo, pero ¿Qué otra opción les quedaba? ¿El suicidio doble? Fue algo tentador para él, pero Chuya lo rechazaría de inmediato.

—Está bien —Cedió cansado. Abrió su mesita de noche y sacó una moneda. Se puso de rodillas en la cama y miró a Dazai, quien ya se había levantado y estaba caminando con la niña en brazos de un lado para otro, a los ojos—. Cara, la llevamos a ver a Mori, cruz, se la llevamos a Yosano.

Nueve Meses (Soukoku) [M-preg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora