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Capítulo sin editar



Capítulo 1. Entre ruidos, cacerolas y gente extraña.

Todo empezó aquel día en el que llegué a la residencia Isabel II.

Era un día bastante caluroso. Tanto que si salías a la calle parecía que te quemabas vivo. Para mi no fue algo importante, siempre supe cómo aguantar ese tipo de temperaturas.

Era lo que tenía vivir en una casa donde el calor abruma por doquier.

Mi padre me ayudó a sacar mis maletas y cuando por fin terminamos depositó un fugaz beso en mi frente. Agarró con cada una de sus manos mi cara y tiró de mis mofletes.

Realmente odiaba cuando hacía eso. Me recordaba a mi abuela cuando iba a visitarla a comer y yo la verdad es que estaba bastante grandota como para eso.

—Papá, ya —lo dije calmada mirando a mi alrededor por la escenita que estábamos montando en frente de los que seguramente serían mis compañeros por un par de años más—. Para, me estás dejando en vergüenza —recriminé una vez más esperando que por fin se diera cuenta.

Él miró a mi alrededor. Pensé inocentemente que pararía pero en su lugar tiró más fuerte y luego sonrió con malicia.

Lo estaba haciendo a propósito.

—No sé que haré sin ti durante todo este tiempo —suspiró de forma dramática, solo como él sabía hacerlo—. La casa estará tan aburrida —terminó por añadir mirando al suelo para darle más dramatismo.

Yo resoplé.

—Ni que me fuera a morir —argumenté.

—Cuando pienso en dejarte aquí me lo parece.

Mi padre soltó una risa seca. Estaba triste por mi partida, eso lo sabía de sobra. Las cosas con mi madre por aquel entonces no estaban lo que podría decirse bien precisamente. Llegaba por la madrugada a casa, se escapaba sin decir a donde, gastaba dinero en cosas que no debía, etc.

—¿Estás segura de que te quieres quedar? Siempre podemos buscar un sitio que quede más cerca de casa, ni siquiera sé el porqué te has empeñado en venir a esta universidad —No paró de insistir, obteniendo siempre una respuesta negativa por mi parte, incluso en ese momento negué con la cabeza una vez más.

Se dio por vencido. Él sabía que desde hace un tiempo me había esforzado enormemente porque llegara este día. Era mi sueño estar aquí.

No hablamos mucho más, me dijo que me cuidara y que todas las semanas le llamara para ver cómo estaba. Poco después se marchó y yo no dejé de mover mi mano de un lado a otro en señal de despedida hasta que no le tuve más en mi campo visual.

Nada más darme la vuelta sentí un desagradable olor que recorrió mis fosas nasales. La mueca de asco no tardó en llegar.

—La gente de hoy en día no es capaz de aguantar ni el simple olor de un cigarro —soltó con tono burlesco un chaval que pasaba con cuatro de sus amigos por al lado mío.

Gilipollas.

Lo examiné con detenimiento. Era alto, bastante para ser exactos. Tenía el pelo castaño claro, este rozaba su frente dándole un toque curioso y sus ojos, desde donde yo estaba, parecían azules, tan claros y profundos. Cualquiera se perdería en ellos y no volvería. No obstante, lo que más me llamó la atención fue uno de los tatuajes que tenía. Incluso con camisa podías seguir observándolo en su cuello.

—No seas cruel Bradley —soltó acompañado de una risa una de las chicas que tenía al lado. Ella era lo más parecido a una modelo que había podido ver alguna vez en la vida real. Era rubia, con una estatura envidiable, esbelta y tenía unos ojos en los que sin duda alguna, al igual que con los de él, te perdías si te quedabas mucho tiempo mirándolos.

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