CAPÍTULO VI

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Julie estaba comenzando a analizar la situación, pues Nahuel y ella coincidían cuatro veces a la semana. Lunes y viernes eran los días en donde lo observaba mucho más tiempo, tanto al llegar como al irse de la universidad. Se le estaba haciendo costumbre el observarlo a distancia, era inevitable no buscarlo con la mirada, pero se negaba a aceptar que tal sentimiento empezaba a emanar en su maltrecho corazón. Sentía una emoción vivaz al verlo, aunque sea, sonreír. Masoquismo, estaba sufriendo del síndrome del masoquista, si es que siquiera eso existía.

—¡Basta! —gritó Julie en un intento de detener las miles de imágenes que llegaban a su mente de Nahuel sonriendo, caminando, serio e inexpresivo. Un suave carraspeo la hizo volver de Nahuelandia. Se dio cuenta de que estaba en el salón de práctica y se suponía que veían ¿corazón? “¡Diablos, Julie!” se reprendió mentalmente.

—¿Algo que quieras compartir, Julieta? —preguntó la profesora Liapun. Julie negó avergonzada y desvió la mirada a las hojas que sostenía entre sus manos.

—Como seguía diciendo, tenemos diversas patologías congénitas, algunas de ellas son: la tetralogía de Fallot, comunicación interauricular, comunicación interventricular y la persistencia del conducto arterioso —comentaba la profesora mientras señalaba la lámina de PowerPoint que estaba siendo proyectada en ese momento. En ella estaba reflejado un corazón humano en 3D, ella señalaba la lesión o afección de acuerdo a la patología y compartía detalles importantes como la frecuencia y la compatibilidad con la vida humana.

Julie intentaba, con todas sus fuerzas, no perder el enfoque de la clase, quería mantener el hilo de la información compartida. Además de que tenía que ser consciente de que estaba en una relación, sin importar si era o no a distancia.

Era de aquellas personas que apoyaban la fidelidad y el respeto recíproco, creía firmemente que lo importante o la base de las relaciones era la confianza. Sin la confianza toda relación estaba destinada al fracaso. Quizá por eso llevaba cinco años en una relación a distancia, no le importaba no tener a Alfonso cerca, pues le debía respeto por la relación y por ella misma.

Julie no negaría que no experimentó en relaciones físicas. De hecho, había intentado una, su única relación física en lo que llevaba de vida. Fue una elección muy loca. Era el último año de bachillerato, tenía tan sólo 17 años de edad cuando conoció a Jason Mendoza, un chico mayor que ella por siete años y estudiante del último año de mercadeo. Ella no sabía qué moscas le picaba a uno en la adolescencia que se metía con el peor es nada. Porque sí, él fue su peor es nada.

Julie era una niña “inocente”, entre comillas porque sabía lo que era el sexo y, sobre todo, amaba leer literatura erótica; pero hasta ahí llegaba su experiencia sexual, tenía un master en teoría, pero estaba completamente nula en la práctica.

A Jason lo conoció por una amiga en común que los presentó, hubo química y a partir de ahí “conectaron”. Resumiendo un poco aquella extraña historia, Jason se convirtió para Julie en su primer beso. La llevó en una cita a un parque donde ensayaban el próximo baile para su competencia, ya que Jason era bailarín profesional de música urbana. Julie estaba toda aburrida al comienzo del ensayo, debido a que ella en aquel entonces tenía dos pies izquierdos, y aunque le gustaba la música, bailar no era su fuerte. Ironía de la vida, no saber bailar y que tu novio sea bailarín profesional.

Después de aquel ensayo ambos jóvenes se quedaron solos, cuando Julie se percató ya se encontraban en una especie de jardín con muchas flores. Jason, aprovechando el momento, la besó. Fue un beso tierno, dulce y que sólo involucraba labios; razón por la cual Julie no odiaba a Jason. El único problema vino cuando el beso terminó ya que su filtro no funcionó o se atrofió, y lo único que salió de los labios de Julie fue:

Tu Aura Y La MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora