Capítulo 4. Un código secreto

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Así transcurrieron algunos días más, después de ese incidente, algo había cambiado... De cuando en cuando, había algunos cruces de miradas entre ellos, ambos los evitaban, pero se empezaba a hacer evidente que también ambos los deseaban.

En las noches, mientras ella trabajaba en sus encargos de caligrafía, tomaba su pluma fuente y, desde su escritorio levantaba la mirada del papel de manera discreta y, lo observaba a él mientras dormía o cuando estaba concentrado leyendo algún artículo sobre medicina; llena de curiosidad recorría y acariciaba con la mirada sus brazos, fuertes y con un vello castaño que los cubría de manera tan masculina.

A veces su mente se perdía y sus manos cubrían sus propias mejillas tratando de ocultar su calor, que iniciaba con solo imaginar el poder acariciar los brazos de él, o pasar las yemas de sus dedos por la mejilla rasposa de su barba cerrada, que día a día, se exponía a través de su rostro y que él mantenía al ras, aunque ésta, traviesa, cada anochecer le obscurecía el rostro dándole un aspecto varonil y salvaje que ella disfrutaba observar aunque no podía dar con el calificativo que mejor lo describía, *sexy*. Sentía una culpa terrible por ver a su primo con ojos de mujer y no de hermana, sabía que el pecado la consumía, pero ese hombre había venido a romper con toda su rutina, a inyectar una chispa en su vida, a despertar su esencia de mujer, que hasta antes de conocerlo, había permanecido dormida...

El Sr. Ferrec no era indiferente a esta convivencia, a veces mientras ella escribía sus rótulos desde el escritorio, ella, sin separar la vista del papel, sentía el calor de la mirada de él desde el sillón, quien la observaba con dulzura, pero también con ese fuego que a ella le encendía la sangre y que en una ocasión le hizo tirar la tinta china sobre el escritorio, debido temblor y nerviosismo que esa mirada le estaba provocando.

———

Una de tantas mañanas, mientras ella preparaba el desayuno...

—Su madre tiene razón Solange, ¡usted prepara las empanadas más deliciosas que he probado! —le dijo él mientras ella con delicadeza iba esculpiendo el repulgo en cada una de ellas.

—Gracias, Fernando, me alegra saber que le gusten— Ella levantó la vista de la charola de las empanadas para dirigirla a él y agradecer el detalle, y ese día algo pasó de nuevo, el cruce de miradas se sostuvo por más tiempo de lo normal, ninguno de los dos esquivó la mirada, por el contrario ambos se acariciaban con ternura a través de los ojos, no había palabras, ni falta hacían, ellos sabían que ahí había una química que no podía ser, pero nadie había dicho que mirarse a los ojos estuviera prohibido, y desde ese día, evidenciaron entre ellos ese código de comunicación, silencioso, discreto, sutil... Ninguno de los dos se atrevía a hablar de ello, pero ambos sabían que existía, era un secreto compartido y tremendamente mágico... hablaban de lo importante con la mirada, para lo trivial utilizaban las palabras.

—Y dígame, Solange, ¿ha pensado ir a la boda de la hija de la familia Montecarlo?, vi la invitación sobre la mesita y perdón por el atrevimiento, pero vi que su madre y usted están invitadas.

—La verdad no, creo que solo nos invitaron por compromiso y porque les hice un descuento en la rotulación, por aquello de la amistad que el Sr. Montecarlo tenía con mi padre. La verdad con mi madre así, postrada en una cama de hospital y apenas si respirando, no me siento con ánimos de ir a ningún evento.

—Debería de animarse, le hará bien. Mi tía Jesusita puede durar así por años y usted tiene que aprender a vivir con esa situación, debe darse cuenta que la vida sigue adelante.

—Lo sé, pero no tengo ni qué ponerme, ni tengo con quien ir, y menos tengo ánimos.

—No quisiera que lo tomara a mal, pero si gusta yo podría acompañarla— dijo él de forma caballerosa.

Fernando & Solange. Una pasión prohibidaWhere stories live. Discover now