El vapor del café ascendía tenue e inocuo, esparciéndose en el entorno campestre, aroma que regocijaba a los comensales. En tanto, el cigarrillo se diseminaba en una niebla virulenta, para el desagrado de un par de mujeres que miraban con censura al causante de tan detestable aroma.
Gavriel leía el periódico sin inmutarse por las miradas reprobatorias, calada tras calada se ponía al día de las noticias locales. A veces desviaba la vista cuando el céfiro soplaba en las copas de los árboles de mango de la austera pensión.
Brevemente recordó la leyenda del árbol embrujado al cual todos le temían, tanto que a partir de las seis de la tarde, la gente se negaba a pasar por debajo del denso follaje, debido a las voces sibilantes que despertaban nerviosismo y escalofríos.
Él lo había experimentado de primera mano cuando tenía nueve años. Gavriel y su padre volvían de la ciudad a lomo de caballo, después de vender la cosecha de la granja, y no les quedó de otra que pasar por debajo de la mata encantada. Era una senda obligada, imposible de rodear, ya que era el único camino que llevaba al pueblo y a las huertas. Fue durmiendo gran parte del trayecto cuando ruidos extraños lo despertaron, al abrir los ojos, estos se encontraron con miradas siniestras, ocultas en lo alto de la espantosa planta. Susurros aterradores llegaron a sus oídos.
Exhaló un grito desgarrador que azuzó al corcel a acelerar el ritmo. En cuanto su padre consiguió controlar al animal e intuyendo lo sucedido, le dijo que solo fue un mal sueño, pero él sabía que no fue así.
A partir de ese día todo cambió. En su vida y en sus historias. Cada vez que iniciaba una nueva obra, inevitablemente ese suceso acudía a su mente, junto a otros recuerdos que prefería no rememorar.
—Hasta que nos volvemos a ver. Serás un ingrato. —Una voz femenina lo sacó de la ensoñación. En el lado izquierdo, una mujer, cruzada de brazos, lo miraba con expresión ceñuda.
—¿Gina? —dijo sorprendido.
—La misma. Supongo que no esperabas encontrarte conmigo, pero ya ves.
—Tenía pensado ir a visitarte...
—No mientas, que te conozco, pero no niego que tenía la esperanza de que me visitaras por iniciativa propia —dijo la mujer, en tono desilusionado.
—Gina, por favor, no empieces. —La miró condescendiente—. Sabes las ocupaciones que tengo. Además, la casa de nuestros padres no me trae precisamente buenos recuerdos.
—¿Después de tantos años, aún sigues sin poder perdonar? Por Dios, Gavriel, deja a los muertos descansar en paz.
—No hay perdón sin olvido —Gavriel se levantó, molesto. Dejó el periódico en la mesa y el café a medio tomar. Necesitaba alejarse de la presencia de su hermana, el solo verla lo obligaba a recordar.
—No has cambiado nada —Gina fue tras él—. La misma actitud de siempre, ignorar las cosas que no te gustan, cerrarte como una ostra. ¿Hasta cuándo vas a fingir que todo está bien?
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Infernum ©
HorrorGavriel Sagardy, escritor caído en desgracia, llevado por la frustración y la codicia, realiza un pacto con un ente de otro mundo. El precio a pagar será algo más que su alma. Aleth, una peligrosa ángel oscura, será quien lo acompañe por el camino d...