El firmamento se tiñó de grafito, anunciando la caída del crepúsculo. En breve la noche impondría su dominio sobre los campos.
Gavriel se desplazaba en el interior de los cacaotales, sin prestar atención a las corrientes de aire de verano, al entorno lúgubre, el ulular de los búhos y otros sonidos nocturnos. Observó indiferente los finos rayos de luna que se colaban por la enramada, creando tenebrosas siluetas al contacto con las hojas y la tierra.
Es que la oscuridad tenía esa peculiaridad, hacer pensar que sucesos sobrenaturales y otros horrores se asociaban a ella. La posibilidad de que sea una jugarreta de la mente no siempre resultaba ser la primera opción. O tal vez porque no lo era...
Cuando era niño solía buscar el refugio de la noche porque allí los sentidos se agudizaban; las cosas eran más diáfanas, por paradójico que pareciera. Por el contrario, la luz del día opacaba el entendimiento, resultaba ser un mal consejero en momentos de reflexión. Gavriel y la noche eran viejos conocidos.
Además, las sombras siempre le aportaban una vasta inspiración al momento de narrar historias de terror. Lo que a otros le producía miedo, para él era un nicho de espantos por explotar.
La mujer, que ahora era su guardiana y de la que aún no sabía su nombre, le había revelado que a partir de mañana gozaría los frutos del pacto que realizó. Que se preparara para lo que vendría y aprovechara al máximo sus últimas horas de paz y anonimato, porque muy posiblemente anhelaría ser un humano más en el mundo.
—No voy a extrañar nada lo que ahora soy —le había dicho.
—Oh, claro que sí. Todos lo hacen —le respondió ella.
—Yo no soy como el resto —murmuró arrogante.
—Claro que no, de lo contrario el adalid no hubiera pactado contigo.
Cuando oyó como llamó al sujeto de blanco, supo que era alguien importante, si no era Lucifer, debía ser alguno de sus lugartenientes.
Fue en ese momento que comprendió, de forma absoluta, la magnitud del pacto que había hecho. Un ser de la alta jerarquía demoniaca se tomó la molestia de hacer un trato con él. Le fue curioso también que no fuera su alma lo que deseaba a cambio. ¿Qué otra cosa podía tener de valor para esa criatura del infierno? Debía averiguarlo.
—Seré muy feliz cuando vuelva a disfrutar de la vida que tuve antes —declaró con una sonrisa en los labios, impaciente porque el día acabe.
—La felicidad tiene un precio, querido —le advirtió ella en tono aciago—. Él vendrá por ti y todo habrá terminado.
A la mujer le encantaba echar por tierra su alegría con vaticinios sobrecogedores, pero igual que las anteriores veces, no le prestó atención. Llegado el momento, sabría qué hacer.
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Infernum ©
HorrorGavriel Sagardy, escritor caído en desgracia, llevado por la frustración y la codicia, realiza un pacto con un ente de otro mundo. El precio a pagar será algo más que su alma. Aleth, una peligrosa ángel oscura, será quien lo acompañe por el camino d...