❄Era invierno.
Al menos, eso era lo que indicaba el decorado calendario de Emma, marcado con un gran círculo rojo de fibra indeleble que redondeaba la fecha de aquel día, y dibujos de corazones y estrellas deformes de todos los colores que flotaban alrededor como felices fantasmas.El cielo oscuro, el aire sofocante que hacía moquear las narices, y la neblina blanca y espesa, parecían envolver a la ciudad con un frío abrazo, que humedecía las ropas colgadas en los balcones y las hacía regresar a casa aun más mojadas de lo que habían estado. La vista panorámica de su segundo piso, del cual todavía debía el alquiler, le daba a los árboles vestidos de blanco y a los copos sobre su ventana una pinta gloriosa e imponente como ninguna otra, y el frío punzante que entraba por las rejillas de su ventana movía con suavidad su cabello de un lado a otro y enrojecía su nariz rociada de pecas.
Emma se enrolló entre sus sábanas como un gusano, temblando de frío, enredando aún más su cabello anaranjado contra la almohada.
Si se hubiera dignado a mirar por la ventana, aunque fuera sólo un poco, se habría divertido con la imagen de los niños deslizándose por el lago congelado en el parque: chicos y chicas que caían, daban volteretas, y patinaban tomados de las manos, bajo la tutela de uno o dos adultos que repetían a gritos que por favor se mantuvieran cerca de las orillas, allí donde el hielo era mas espeso. Quizá se quedaría horas observando cómo caían los copos, y alargaría la cabeza de vez en cuando, con tal de que el viento le regalara un hielo pequeñísimo en la boca. O, quizá, conociendo su peculiar sentimentalismo por la gente mayor, se habría entusiasmado más con las parejas de ancianos que insistían en hacer engordar a las palomas del parque, fuera el clima que fuera, y que traían toneladas industriales de pan casero caliente para alimentarlas.
Quizá incluso competiría imaginariamente con las palomas por el pan, ¿quién sabe?
Fuera como fuese, ella no se había levantado.
Todos los despertadores, relojes y celulares, marcaban con pereza las siete de la mañana de un lunes.
El inicio de clases.
Y eso, Emma lo sabía perfectamente: no sólo se había preocupado por marcar la fecha en el calendario, sino también en escribirla en sus manos, en dejarla en una nota al lado de la cama, o llegar al el extremo de poner papelitos recordatorios impermeables en la ducha. Era imposible olvidarse. Había preparado la mochila con tres días de anticipación, emocionada, y había hablado por teléfono sin parar con su mejor amiga, Gilda, hasta las dos de la mañana, presa de un entusiasmo sólo comparable al de un niño.
Pero levantarse a tiempo para ir era un tema completamente diferente. Tenía tanto sueño...
<< Cinco minutos más y después voy, te lo prometo. Cierro apenitas los ojos... >>
Volvió a acurrucarse y se tapó los oídos con algodón, ignorando, como era costumbre, los golpes desesperados fuera de su apartamento, que resonaban en la habitación.
—¡Hey!
"Ojalá le caiga nieve en la boca y se calle", pensaba. Intentó volver a dormirse, colocando la almohada contra su cabeza con toda la fuerza que le permitían sus brazos cansados. En algún momento tendría que cansarse e irse, ¿no? Y así la dejaría en paz de una buena vez. Y ella podría dormir...
Volvieron a golpear.
—¡Emma! —gritó desde el otro lado—. ¡Abrí la puerta!
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Ruthless
FanfictionA los ojos de todos quienes la rodean, Grace Field no es más que otra institución igual a las demás: pulcra, oxidada, un poco altanera y vieja como ninguna otra en todo Japón. Tenía los mismos aparentes planes de estudio, las mismas rejas azules fin...