6: "The Door"

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Norman no podía dormir.

Abría los ojos, miraba unos segundos al techo, y luego los volvía a cerrar pesadamente, preso de una frustración que lo tenia dando vueltas y vueltas sobre la cama desde que su reloj redondo de oro, colgado sobre su mesa de estudio, había marcado las doce de la noche. Para alguien como él, cuya rutina debía seguir una determinada serie de pasos de cumplimiento obligatorio para no tener que soportar síntomas parecidos a los de una psicosis, dormir dos horas más tarde de lo habitual estaba prácticamente consumiéndolo vivo.

Cuando uno tiene demasiadas cosas en las que pensar, descansar se vuelve una tarea complicada. Y, esa noche en particular, Norman tenía millones: la carta que le había dejado a Emma, el examen de matemáticas que se desplomaba sobre él entre las fechas de otras tantas entregas de trabajos la semana próxima, la tarea que le había dejado a Jason, los cinco libros que tenía que leer para el viernes... y esa partida de ajedrez con Ray, que le había dejado un sabor agridulce en la boca. Su cuaderno retrataba una lista llena de tareas sin tachar, y su esquema de estudio, a pesar de que las clases recién habían comenzado ese mismo día, ya estaba completo con horarios y anotaciones.

Bonito lunes.

Todo le parecía agobiante, incluso pestañear. Su respiración se sentía pesada bajo los múltiples cubrecamas, manteniéndolo aprisionado contra el colchón duro e incómodo que habían comprado por su último cumpleaños. Se hubiera arrancado la piel con tal de encontrar una posición medianamente decente para poder dormir, pero su control excesivo sólo le permitía recostarse de una manera específica; del lado izquierdo. Y todo porque los expertos autores de los incalculables artículos que había leído en Internet le habían llenado la cabeza.
Sus ojos, con su borrosa visión, repasaban los objetos de su cuarto con aburrimiento; los títulos de los libros ordenados por color, temática y alfabeto —fielmente memorizados— ; su escritorio de estudio organizado y simétrico; la ropa del día siguiente doblada y lista sobre la silla; su violín dentro de su brillante estuche azul; sus pantuflas celestes descansando a un costado de la cama... Todo tenía un lugar, y cada lugar tenía una cosa, y se las arreglaba para lucir metódico dentro de su exuberancia. 

Si hubiera sido otro adolescente de diecisiete años normal en una situación como esa, habría agarrado el teléfono y se habría pasado horas y horas enteras viendo videos —o masturbándose agresivamente— hasta quedarse dormido. Sin embargo, porque era como era (al final del día, estamos hablando de Norman), por un lado no quería romper su récord de "sólo treinta minutos por día" de pantallas y, por el otro, estaba demasiado angustiado como para siquiera poder pensar en tocarse. Tampoco es como si le gustara, particularmente. Y, a sabiendas de la vergüenza y la decepción que lo invadían cada vez que terminaba, decidió que era mejor no agregar más cosas a su lista de preocupaciones.

Así que se había quedado allí, acostado sobre la cama y arropado hasta la nariz con las sábanas, esperando un milagro.

O al menos hasta que una especie de gruñido hizo vibrar su estómago.

<< No. Por favor, no... >>

Hambre. Tenía que admitir que su insomnio se estaba volviendo creativo.

Soltando un bufido, Norman se levantó de la cama titiritando, se encajó las pantuflas y los lentes con un gesto de cansancio, tanteando su mesita de luz, y abrió la puerta con la cabeza, dirigiéndose a la cocina. La cerró despacio, y se tomó unos segundos para  que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad de la noche.

Ese pasillo de la casa, en especial, conectaba todas las salas en una: su habitación, el baño, la oficina de su padre, la buhardilla, la cocina y la sala de estar. La casa de los Minerva era enorme, y no se preocupaba en ser modesta; retrataba todo su esplendor con sus muebles barrocos, bohemios, su gigante patio trasero, y su extensa pileta climatizada. Era moderno, pero no por ello minimalista; si bien se valoraba a las cosas por su funcionalidad, Minerva era quisquilloso con el agregado mérito estético. Todas las paredes estaban repletas de fotografías familiares, pinturas, espejos... cada vez que pasabas por allí, era casi una obligación implícita detenerse a observarlos detalladamente.

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⏰ Última actualización: Aug 30, 2023 ⏰

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