🗝️Ya era de noche.
Sus pequeños pasos, casi callados, resonaban con delicadeza y encanto en la nieve. Hechizados, mágicos, solitarios... Emma saltaba de un lado a otro, zigzagueando, mirando el camino por delante y el ligero hilo de presencia que dejaba atrás; la efímera prueba de su existencia.
Cada vez que podía, cada vez que sentía que tenía que hacerlo, se reía sola de las miradas extrañadas que le dirigían otros perdidos peatones, y se dejaba abrazar por el viento frío, sin oponerse a su fuerza. Aspiraba. Exhalaba. Inhalaba nuevamente. Congelaba pacientemente sus pulmones con cada profunda respiración.Los hoyos que iba dejando con cada paso le parecían graciosos; se imaginaba que quizá no era su propio caminar el que los dejaba, sino que seguía el camino efervescente de un animalito pequeño que salía de su madriguera después de un largo tiempo, dejando las huellas pomposas de sus patas marcadas en la nieve blanca.
Aunque no tenía sentido, pensaba. En invierno los animales hibernaban.
Venía desde su casa con la espalda encorvada, cargada de las cosas que necesitaba para ir a la escuela al día siguiente, el uniforme, una toalla marrón que había tomado sin querer de un hotel una vez —y que se había olvidado eternamente de devolver—, una rúcula recién comprada aplastada en una bolsa de plástico, y el cepillo de dientes rosado, viejo y destruido que se negaba rotundamente a cambiar, porque aún no había encontrado a otro que tuviera exactamente el mismo dibujito de princesas en el mango y que hiciera sonar un idéntico y desafinado "Lalala" cuando limpiaba sus muelas.
La larga bufanda que le había regalado Gilda para su decimoquinto cumpleaños revoloteaba en el aire, atada a su cuello, dejando una estela roja y perfumada. Estaba tejida a mano, con bordados de flores amarillas en los extremos y reforzada con hilo plateado, hecha por unas manos amorosas y pacientes, que la habían salvado de muchas fiebres y la habían mantenido caliente en los inviernos más fríos.
Se sonrió.
<< —Si no te pones algo encima, vas a resfriarte —había dicho Norman, cubriéndola con la bufanda hasta la cabeza como una serpiente enrollando su presa.
En señal de protesta, Emma había agitado los brazos.
—Norman, estás exagerando. ¿No ves que no puede respirar? —Ray se acercó y volvió a destaparla—. Además, no hace tanto frío...
Norman bufó.
—Habla por ti mismo —el albino chico se abrazó a sí mismo, titiritando—. No entiendo como lo soportas. Voy a morir de hipotermia en cualquier momento... >>
Cada año, con la llegada del invierno, una conversación parecida solía repetirse entre los tres. Y siempre terminaba de la misma manera: gritos, risas, quejas, y una guerra de bolas de nieve que tenía un solo y eterno perdedor. Tanto para Ray como para Emma, la verdadera diversión comenzaba cuando empezaban a caer los primeros copos. Y la razón era bastante simple:
Norman detestaba el frío.
Mientras que el pelinegro ni siquiera lo sentía —como con muchas otras cosas que hacían pensar que tenía la sensibilidad de una piedra—, y la pecosa chica estaba muy ocupada armando muñecos y ángeles de nieve con los niños como para percatarse, el albino llevaba siempre al menos tres capas de ropa encima, y se negaba rotundamente a apartarse de la estufa. Se transformaba en una bola de lana de mal humor y lentes empañados, de la que apenas se podían distinguir dos cabellos blancos. Al verlo por las mañanas, hasta a su padre, William, le costaba reconocerlo entre tantos buzos y bufandas de colores.
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Ruthless
FanficA los ojos de todos quienes la rodean, Grace Field no es más que otra institución igual a las demás: pulcra, oxidada, un poco altanera y vieja como ninguna otra en todo Japón. Tenía los mismos aparentes planes de estudio, las mismas rejas azules fin...