Si, le quiero a él

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—Estoy dispuesta a soportar el dolor que sea necesario para saber la verdad.

El imponente dios caminó hasta mí provocando que mi corazón galopara en mi pecho por la decisión ya tomada, Radamantis cogió mi brazo con su enorme mano y en un movimiento rápido ya me encontraba de espaldas sobre la hierba con él encima de mí.

—¿Qué esta...

—Quédate quieta— me interrumpió—. Espero en verdad estés segura de esto.

Puso sus manos una a cada lado de mis sienes, cerró sus ojos y echó su cabeza hacia atrás y justo cuando este los abrió de nuevo, mi cuerpo se despegó de la realidad, estaba siendo tragada por un estrecho túnel de cegadora luz. Mis gritos de pavor hacían que mi garganta ardiese, por lo que después de unos segundos cerré los ojos con fuerza al ver como se acercaba el final de este, ya que pude divisar un fangoso suelo frente a mí y estaba más que claro que iba a estrellarme contra él a gran velocidad, pero nada sucedió. Abrí un ojo primero y luego el otro con temor, dándome cuenta que me encontraba de pie sana y salva frente a una enorme mansión de cristal, mas cabe decir que jamás vi una igual en Otris, definitivamente no me encontraba ahí.

—Mis padres...

La lluvia azotaba con fuerza mientras el manto de la noche cubría el cielo, pero el agua no mojaba mi cuerpo, a lo que decidí comenzar a caminar hasta la entrada del imponente lugar que se alzaba frente a mí. El espacio se hallaba iluminado con lámparas de aceite que ardían con fuerza. De pronto el sonido de algo rompiéndose en la parte de arriba llamó mi atención, pero mis nervios se alertaron mucho más cuando un grito desgarrador inundó el lugar.

—¿Mamá? ¿Papá?

Corrí hacia la dirección en que había escuchado tal alarido, mas mis pies se deslizaron en algo viscoso provocando que cayera de trasero al suelo. Extendí mis manos hacia mí al sentirlas mojadas. Ahogué un grito en mi garganta al ver que estas se encontraban manchadas de sangre, al igual que mi blanco vestido. Intenté ponerme de pie tratando de no resbalar, por lo que me sostuve de las paredes dando uno que otro resbalón hasta que llegué al final del rastro de sangre. Parecía como si alguien se hubiese arrastrado por todo el lugar. Abrí la puerta con temor a lo que me encontraría dentro y justo lo que temía apareció ante mí, el suelo se encontraba lleno de sangre, los objetos se hallaban regados por el lugar, algunos rotos, los cuales al parecer habían servido para defenderse de algo o de alguien.

—Por favor— escuché un lastimero quejido—. No lo hagas...

Entré al lugar de golpe deteniendo mi mirada en una figura que se encontraba de pie junto a otra que yacía en el suelo, mas no podía ver el rostro de ninguna ya que la que se encontraba de pie estaba cubierta con una capa de pies a cabeza, aunque su porte no parecía ser igual a la de un hombre.

—Por favor no la lastimes.

Me acerqué ante los que ahí se encontraban tal y como un fantasma lo haría. Vi a una hermosa mujer de cabellos dorados y ojos color azul abrazando con fuerza un pequeño bulto entre sus brazos, pero la mujer se encontraba teñida en sangre con algunas partes de sus brazos rebanadas, mis manos temblaban como jamás antes lo habían hecho mientras observaba como la mujer hablaba con dificultad debido a una cortada que iba desde la comisura de sus labios cruzando su mejilla hasta terminar en su oreja.

—Deja que mi niña viva—masculló—. Haz lo que quieras conmigo, ¡mátame si tanto lo deseas!, ¡pero perdona la vida de mi hija!

El gimoteo de un bebé vino de entre sus brazos, el cual se fue transformando hasta ser un ensordecedor llanto.

—¡Tú eres madre también, ten piedad!

Traté de ver el rostro del verdugo, pero me fue imposible, la única referencia que tenía es que se trataba de otra mujer. La verdugo elevó su espada y la apuntó directo hacia el cuello de la mujer la cual solo se aferraba al pequeño ser entre sus brazos. De pronto en un movimiento rápido rajó su garganta de par en par. Caí de rodillas ante tal macabra escena cubriéndome el rostro mientras un grito se ahogaba en mi garganta.

Hera: Dioses ascendentes © libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora