Lisa

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Unos fríos dedos se deslizaron a lo largo de mi espalda provocando que mi cuerpo se estremeciera. Alcé mi rostro viendo hacia atrás, parpadeé repetidamente vislumbrando el rostro de Zeus el cual llevaba mechones húmedos de cabello pegados en su frente.

Escondí mi rostro en la almohada recordando cada cosa que sucedió durante la noche, mi cuerpo se sentía adolorido pero saciado, no puedo tan siquiera recordar cuantas veces lo hicimos más que solo escuchar los primeros pajarillos durante la madrugada.

—Es hora de despertar hermosa, pronto va a amanecer— besó mi hombro—. Tenemos que ir con tu padre.

— ¿Has tomado un baño sin mí? — me giré rodeándole por el cuello—. Incluso ya te has vestido sin tan siquiera preguntármelo.

Hice un mohín de enfado al ver en su cintura una túnica negra la cual aún no abrochaba dejando su torso desnudo, amaba cuando andaba por ahí así.

—Te tengo una sorpresa, por eso me he adelantado— dijo entre besos—. Ven— ladeó una sonrisa sacándome de la cama—. Se que tu enfado se va a esfumar.

— ¿Desnuda? — alcé una de mis cejas divertida—. No puedo andar por la casa así.

—A dónde vamos no amerita que uses ropa— le vi confundida. Me llevó de la mano por las escalinatas—. Pero antes, escoge que vas a ponerte.

— ¿Qué? — reí.

—Solo hazlo— me empujó suavemente hacia el fardo donde estaba mi ropa—. Se nos hace tarde.

—Bien, bien— dije yendo hacía ahí—. Recuérdame que al regresar hay que ordenar esto en la habitación— asintió—. Bien, veamos...

Escogí un precioso vestido blanco con detalles dorados, lo tomé colgándolo en uno de mis brazos. Me di la vuelta pillándole viéndome el trasero con una sonrisa maliciosa en sus labios.

—Si tuviéramos más tiempo te haría mía una vez más— dijo provocando que mis mejillas ardieran—. Una y otra vez.

— ¿Acaso aun no estás satisfecho? — entorné mis ojos—. Aún estoy adolorida.

Su risa calentó mi corazón, me tomó de la mano para caminar hacia el pasillo que conducía a la parte trasera de la casa.

—He perdido la cuenta de las veces que te follé— murmuró provocando que me atragantara con mi propia saliva—. Eres simplemente exquisita.

— ¿No puedes ser más explícito? — pregunté con sarcasmo—. No lo sé, creo que no fuiste lo suficiente.

—Tú sabes que si— guiñó su ojo haciéndome reír—. Y respondiendo a tu pregunta me has dejado más que satisfecho, pero con lo preciosa que eres es imposible no quererte tener debajo de mí todo el tiempo.

— ¡Zeus! — elevé la voz avergonzada haciéndolo reír—. Ya basta.

—Llegamos.

Él se detuvo frente a un portal que era cubierto con una seda roja, la cual hasta hoy siempre pasé inadvertida. Apartó la ceda dejando que yo pasara primero, mi boca se abrió con asombro al ver el pulcro cuarto de baño que ahí había.

—¿Cómo no me he dado cuenta de que esto estaba aquí? —pregunté embobada—. Dioses, es mi paraíso.

—No he podido seguir durmiendo y me he dedicado a curiosear la mansión hasta que llegué a este lugar, estaba cubierto de polvo, pero ya lo he solucionado— le vi sorprendida ¿él le había limpiado para mí? —. He encendido las linternas y he traído agua del nacimiento con ese jarrón para llenarle y bueno he encendido esas rocas extrañas sobre la pileta, al principio pensé que eran linternas para esta clase de lugar, pero al hacerlo lo único que he conseguido es calentar el agua.

Hera: Dioses ascendentes © libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora