Todo ha terminado

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—Quédense aquí.

—Pero...

—Ares es mejor que no sepan que solo somos tres, no les demos esa ventaja, trabajemos con la sorpresa— invoqué mi lanza escuchando una explosión cerca de aquí—. Alectrión quédate aquí— asintió—. Toma con la punta de tu espada un poco de fuego para defenderte esto solo si es sumamente necesario de lo contrario no te acerques ¿lo entiendes?

—Si.

—Bien, Ares vamos.

Corrimos en dirección a la entrada. Mis reflejos se agudizaron provocando que halara a Ares para escondernos detrás de una de las grandes columnas al escuchar una explosión esta vez más cerca.

—Tú quédate aquí, tienes la visión necesaria del exterior— acaricié su mejilla al ver su rostro asustado—. Tienes que buscar la forma de descubrir cómo funcionan tus atributos lo más rápido posible, mi amor necesito que sepas defenderte para que nadie pueda lastimarte fácilmente— susurré con aflicción—. De lo contrario no salgas de aquí solo si es necesario mi universo, prométemelo.

—Lo prometo.

—Por el momento solo no dejes que nadie entré— asintió—. Yo seré el primer obstáculo, tú el segundo y Alectrión el ultimo— hizo una o con su boca entendiendo mi plan—. Te amo.

Quité su casco depositando un beso en su frente para después volvérselo a poner. Corrí dirigiéndome hacía la entrada observando como una docena de columnas de humo negro se alzaban desde la ciudadela del Olimpo, dándome la señal de que algunas mansiones estaban siendo quemadas. Bajé el graderío hasta la plaza justo en el momento que un fuerte pasaje azotó en el suelo provocando un pequeño temblor.

—Oh vaya aire puro al fin ¿no te encanta esto?

Vi a Atlas dándome la espalda junto a una mujer que era cubierta por un himatíon, imposibilitándome ver su rostro, retrocedí unos pasos tratando de no ser escuchada.

— ¿Y a ti si mi preciosa Hera? —preguntó Atlas el cual se dio la vuelta reavivando el pavor en mí—. Es bueno verte.

— Atlas— dije fingiendo indiferencia—. De hecho, es un asco volver a verte.

—¡Oh! ¿Por qué eres tan mala conmigo? Me lastimas— dijo con ironía—. Pero dime, ¿por qué tan sola? — dio un paso hacia mí y yo le apunté con la lanza—. ¿Y vestida así tan acuerdo a la ocasión?— rio—. ¿Sabes? No hay nada que caliente más a un hombre que una preciosa mujer vestida para la guerra.

Mis sentidos se agudizaron al ver como la mujer se quitaba el himatíon.

—Oh lo siento, lo había olvidado— Atlas extendió su mano hacia la mujer—. Mi amor saluda a tu madre.

—Rea...

—Hola mi pequeña,

¿Cómo no le había reconocido? El que solía ser su precioso cabello sedoso y largo ahora era canoso y corto, aunque aún era preciosa su apariencia era un tanto descuidada a lo perfecta que solía ser.

— ¿Te has vuelto a follar a Cronos para que te perdonara? — reí y esta fue retenida por Atlas—. No me equivoco cierto.

—No, quieta ahí Rea, el que se enoja pierde— Atlas ladeó una sonrisa—. Y no queremos perder.

—Así es mi querida «madre»— dije con asco—. Lamento mucho tener que dar por finalizada esta charla tan amena— golpeé la lanza en él suelo activando los atributos de mi madre y ella retrocedió con el rostro pálido—. Porque ahora tengo que asesinarlos.

—Dione— musitó Rea y yo reí—. Tu...

—¡Sorpresa!

Me abalancé hacia ellos, pero Atlas se apartó empujando a Rea.

Hera: Dioses ascendentes © libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora