¡Vas a matarla!

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Me removí sintiendo la sensación adolorida de mi cuerpo el cual reposaba sobre algo blando, pero mis brazos se encontraban adormecidos. Abrí los ojos dándome cuenta con horror de que me encontraba sobre una cama con las manos encadenadas a la pared.

—¡No! ¡no! — grité perdiendo la razón en un ataque de pánico el cual produjo el más puro horror que jamás pude haber sentido—. ¡Atlas no! — me removí lanzando patadas al airé—. ¡Por favor suéltame!

—Voy a follarte hasta que mueras— le vi de pie en una esquina—. Y voy a disfrutarlo.

— ¡Papá! ¡Papá! — mis gritos eran de lo más espeluznantes, quise romper las cadenas de la pared, pero fue imposible—. ¡Ayúdame te lo ruego!

—Sé que te gustó— le vi ahora en otra esquina de la habitación y cerré mis ojos con fuerza—. Ramera.

— ¡No me toques! — mi garganta ardió—. ¡Aléjate de mí!

Las cadenas comenzaron a escocer mis muñecas y por más que hiciese algo por querer romperle estas no cedían. De pronto la puerta se abrió de golpe, pero no me atreví a abrir los ojos.

—Hera— escuché un susurro—. Detente.

—N-no me toques— desvaríe—. No quiero hacerlo— sollocé—. Atlas te lo ruego...

Acarició mi rostro y mi cuerpo temblaba de horrorosa manera.

—Mi amor mírame— alguien insistió—. Voy a soltarte— negué como demente—. Tranquila.

—No lo hagas— dijo otra voz que se encontraba ahí—. Esto puede salir mal.

—Te lo suplico— balbuceé—. No me lastimes.

Sentí como mis brazos eran liberados y no esperé un segundo más para ponerme de pie tropezando, cayendo así de cara al suelo sintiendo como la sangre salía de mi nariz ahogándome. Me arrastré hacía la pared haciéndome un ovillo en la esquina de la habitación. Cada maldita imagen de lo que sucedió con Atlas venía a mi cabeza por lo que le tomé entre mis manos ocultándola, como si eso ayudaría a estar bien. Más pasos se hicieron presentes en la habitación, pero me rehusé a alzar la vista.

— Mi amor mírame— alguien se acercó—. Hera.

Alcé mi vista observando una sombra difusa hasta que el rostro de Thanatos se formó en mi campo de visión más al ladear la mirada vi a Atlas sonriéndome.

—¡No! — grité—. Él va a lastimarme.

Me puse de pie empujando a Thanatos, corrí hacia afuera, en mi huida sentí que alguien quiso detenerme, pero me escabullí. Rodé por las escalinatas hasta el suelo escuchando gritos a mis espaldas.

Me puse de pie nuevamente arrastrando mi pie derecho, al parecer mi tobillo se había roto, volví a rodar por las graderías, pero tampoco me detuvo debido a que lo único que me mantenía con fuerza era mi deseo por escapar de Atlas. De pronto alguien me tacleó por la espalda haciéndome caer, lancé manotadas y patadas al airé hasta que mis brazos fueron retenidos.

—¡No me toques! No quiero hacerlo, ya no me lastimes...—Sollocé—. Z-Zeus— musité—. ¡Ayúdame! — negué frenéticamente—. ¡Por favor!

—¡Hera basta! — una fría mano tomó mis mejillas—. Mírame.

Abrí los ojos observando el rostro de Zeus sobre mí y mi cuerpo se congeló ¿acaso mi mente estaba haciendo lo posible porque no estuviese consciente mientras Atlas abusaba de mí? Que Zeus estuviese aquí solo era una alucinación ¿cierto?

—Mátame...— musité y él frunció el entrecejo—. Ayúdame a acabar con esto, no me hagas despertar— murmuré—. ¡No lo hagas!

Él estrelló su mano contra mi mejilla dándome una sonora cachetada.

Hera: Dioses ascendentes © libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora