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Salí por la puerta y todos en el bar me miraban irritados. El dueño, Jack (un tipo de unos 28 años, rubio y corpulento), se acercó a mí y me pidió que me vaya; ya habían tenido suficientes "espectáculos" esa noche. Yo seguía con la cara hinchada, un poco por el golpe y otro por el llanto, así que salí con mi mochila en mano y una vergüenza terrible.

Caminé por unos minutos hasta llegar a un punto en que la calle estaba desolada, no aguanté ni un segundo más y pegué un alarido muy alto, provocando que algunas personas se asomen por la ventana. Me hice un bollo en ese lugar y me quedé sentado esperando sentirme mejor. Pero no lo hice.

Tomé mi teléfono y llamé a alguien con quien sabía que podría contar... tal vez suene tonto, pero no sabía qué más hacer.

—Luke, ¿qué sucede? —Obviamente estaba extrañada, jamás acudía a su ayuda.

—¿Mamá?... Necesito que vengas por mí —susurré apretando mis ojos con fuerza.

—¿Dónde estás?

Tomé una gran bocanada de aire y le di la dirección, esperaba no tener que darle explicaciones cuando llegara.

[***]

Como de costumbre, mi madre no hizo preguntas. De todas formas, yo no le daría respuestas.

Apenas llegamos, lo único que quería hacer era acostarme y dormir por el resto de mi vida si fuese posible, pero debía hacer algo y tenía que ser mientras mi orgullo no me lo impidiera. Seguramente, si me acostaba, el efecto del alcohol desaparecería y no amagaría siquiera a arreglar mis errores

Toqué el timbre de la casa de Isabella; en verdad no me importaba qué tan mal pudiera verme, aunque estoy seguro de que era muy mal.

Se escuchó una voz en el fondo: —¡El timbre, Bella!

—¡Lo escuché, cálmate!

Y entonces apareció, traía una sonrisa consigo que se transformó en una mueca de confusión.

—¿Si?

—Creí que... tal vez podríamos hablar... ya sabes —mi vergüenza era evidente incluso borracho, bueno, medio borracho. No es que estuviera nervioso, siempre fui muy vergonzoso. Era eso o un idiota, así que digamos que me describiría como un poco de los dos.

—Claro, espera un momento aquí —sonrió, ya no parecía enfadada en absoluto, lo que me extrañó bastante. ¿Por qué está tan feliz? , pensé mientras jugaba con el arito en mi boca.

Isabella no se veía como siempre, tenía unos pantalones largos y un suéter a rayas que le quedaba algo grande. No estaba maquillada y parecía que no se había esforzado mucho en peinarse. Debo admitir que me agradaba más de esta manera.

—¿De qué querías hablarme? —preguntó una vez cerrada la puerta.

—Te debo una disculpa, me porté como un imbécil contigo, no fue mi intención.

—Humm, ¿Qué te hizo notarlo? —bajó la mirada, al parecer ella también se sentía algo incómoda.

—Ashton... uno de mis amigos, seguramente también lo has visto —supuse encogiéndome de hombros—. Le conté...y, bueno, él cree que estuvo mal...

—¿Le hablas a tus amigos de mí? —sonrió divertida, tal vez era la luz, pero por un segundo creí que estaba sonrojada.

—Fue sólo un comentario —sonreí—, no tienes por qué sentirte tan importante.

—Tú fuiste el que lo dijo.

—Sí, bueno... ¡deja de cambiarme el tema!

Ambos reímos y me sentí raro por estar riendo con Isabella, aunque tal vez fue sólo el alcohol en mi sistema que estaba haciendo su gran efecto. Sinceramente, todo parecía más agradable en ese momento.

Querida Chloe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora