|| 7 ||

11 0 0
                                    

—¡Creí que eras tú! —escuché a mis espaldas. Eran varios, sólo esperaba que no nos lastimen.

—No digas nada —le susurré a Isabella antes de voltear—. Son sólo un grupo de casusas perdidas.

—¡Ven aquí! —Escuchaba reír a uno de ellos al llamarme— ¿Nos extrañaste, amiguito?

James, Alex, Adam y Kristin. Todos estaban ahí, con un olor extremadamente fuerte a alcohol y droga combinados.

El líder se abrió paso entre sus amigos y me miró directo a los ojos, sentí las manos de Isabella apretar mi brazo con fuerza, estaba completamente asustada.

—¿Qué haces aquí? —dijo con un tono de malicia.

—Sólo... necesitaba aire fresco.

— ¡Hazlo trizas, James! —gritó Kristin desde el fondo.

— Cierra la boca, estúpida —gruñó el líder con un notable mareo—. Nadie está hablando contigo.

La rubia frunció el entrecejo y se sentó en el cordón de la calle, claramente irritada.

—Vimos a tus amigos hoy, parecían algo irritados porque te fuiste sin ellos. —Su juego era lento, siempre lo fue, comenzaba pareciendo agradable y terminaba por poco matándote.

—Supongo que deberías prestarle menos atención a mis amigos y más a tu novia, tal vez así no se acueste con todos en el instituto — Isabella apretó mi brazo con más fuerza apenas lo dije, no pude evitar lanzar un pequeño quejido que me hizo quedar como un completo idiota.

James no demoró más, tampoco se detuvo a pensarlo; comenzó a golpearme, acompañado de sus queridos amigos.

Isabella tuvo el buen gesto de tocar la puerta de mi casa mientras me apoyaba en su hombro, se veía terriblemente asustada y triste.

—¡Luke! —exclamó mi madre al ver mi rostro lleno de moretones.

La hubiera detenido y evitar que intente ayudarme, pero el dolor en todo mi cuerpo no me lo permitía. Invitó a Isabella a pasar, esta no paraba de tapar su boca y sollozar de vez en cuando. Mi madre trajo un bol con agua fría y bandas para limpiarme cuidadosamente, pasó alcohol sobre las heridas, haciéndome gruñir del dolor.

—¿Quién le hizo esto? —preguntó la mujer.

—Unos... unos chicos del barrio bajo, a unas cuadras de aquí —señaló Isabella—. No conozco sus nombres.

—Iremos a la policía ahora mismo. —amagó a levantarse, pero la detuve de inmediato.

—No —tomé su brazo—. Yo los provoqué, déjalo así.

—¿Estás loco? Por poco te matan, iremos...

—¡No! —dije con firmeza, poniéndome de pie sin dudarlo.

—No puedes dejar que te hagan esto, no puedes dejar que te usen así —susurró.

—Llamar a la policía no cambiará nada —probé para cambiar su opinión, calmándome—. Puedo volver a encontrármelos mañana o la semana que viene, no servirá.

Mi madre suspiró irritada y caminó fuera de la habitación, sabía que no me haría cambiar de opinión.

Isabella y yo nos miramos, era incómodo que tenga que verme así o presenciar la situación.

—Lo siento... de nuevo.

—No importa —se encogió de hombros hablando en voz baja—. Será mejor que te quedes sentado.

—¿Me harías un favor? —pregunté obedeciéndole.

—Claro.

—Llama a Mickey, dile lo que ocurrió. —extendí mi mano entregándole mi teléfono, ella dudó y lo tomó.

Mientras la observaba caminar hasta la cocina para escuchar con más claridad, pasé el paño mojado sobre mi frente, maldiciendo a esos hijos de puta por hacerme esto.

—Está en camino —me informó la rubia—, dijo que vendría con... ¿Calvin?

—Calum —reí.

—Calum —repitió—. ¿Necesitas algo más?

—No, gracias, cuando vengan los chicos arreglaremos este desastre. Esos desgraciados no ganarán —gruñí.

—Bueno, entonces... creo que será mejor que me vaya...

—¿Qué? —volteé para mirarla—. Todavía no terminamos de hablar.

—No necesito saberlo, Luke —se encogió de hombros—. Entiendo que es importante para ti... no quiero forzarte a contarme sólo porque te sientes culpable por tratarme mal. Estás arrepentido, lo comprendo —hizo una mueca—, no quiero usarte.

—¿Usarme? —arqueé una ceja— Isabella, quiero contarte esto, quiero que lo sepas.

—¿Por qué? —sonrió, confundiéndome un poco.

—Porque —sonreí también—... Chloe es el tipo de persona que todos deberían conocer... La amarías, créeme —aclaré—. Además, no lo sé, simplemente quiero que lo sepas, quiero que todos sepan lo que sucedió.

Isabella volvió a ponerse seria, acercó una silla y la situó a mi lado, para escucharme con claridad. Tomó el trabajo de limpiar las heridas sin que se lo pida, supuse que sólo trataba de ser amable.

—Continúa —habló.

—Bueno..., como ya dije, dediqué meses de mi vida a ella y nadie más que ella. Fueron 5 meses, exactos, en los que no mandé ni una carta... Pero luego las cosas se pusieron extrañas, Andrea no era la de antes; en realidad, no era ella misma. Y yo estaba tan perdido como ella —aclaré mi garganta rasposa—. Lo único que buscaba era alguien que acompañar y, tal vez, alguien que amar.... Alguien con quien la vida no se convierta en un completo sufrimiento.

Mi nariz goteaba sangre, sólo era un poco, pero Isabella se paró de inmediato a buscar un papel para parar el sangrado. Me lo alcanzó y yo hice el proceso infantil, cortando un pedacito y colocándolo en la herida.

—¿Entonces? —preguntó ella haciendo caso omiso a mis ojos húmedos.

—Entonces le dije —susurré tan bajo que apenas pudo oírme—... le dije que estaba harto, que ya no soportaba lo que éramos —sollocé—. Lo hice con toda la delicadeza que puede existir, pensé que había entendido y opinaba como yo —las lágrimas no tardaron en salir, ¡patético!—; pero... se quitó la vida una semana después.

Cuando le dices a alguien que tienes el corazón roto, automáticamente asumen que la persona te dejó o te engañó o que te mintió al decirte que te quería, el tema es que esas personas no saben que existen más formas de romper un corazón. Uno mismo puede ser la causa de romper su propio corazón.



Querida Chloe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora