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Una habitación sombría.

El joven estudiante de letras Min Yoongi llegó a Seoúl al atardecer de un domingo de marzo. Había hecho un largo y penoso viaje desde Venecia (su ciudad natal), para asistir a un curso de documentación histórica impartido por el ilustre profesor Kim SeokJin, maestro de cronistas y literatos.

Corría el año de 1792.

Min Yoongi bajó del traqueteante carruaje molido por los bandazos que había soportado durante la marcha. El polvo del largo camino cubría sus ropas y su cara. Los ojos le escocían.

Anduvo unos primeros pasos con dificultad. Pero estaba eufórico. Esperaba mucho de las semanas que se avecinaban. Aún no podía imaginar que sus días en aquella ciudad pronto iban a verse afectados por circunstancias que le llevarían a olvidar el motivo inicial de su viaje.

Aunque caminaba con el cuerpo entumecido, y la bolsa de equipaje se le hacía más pesada a cada paso que daba, quiso contemplar cuanto antes la universidad. Preguntó por ella a unos hombres que estaban en el umbral de una taberna. Quedaba muy a mano. Muy pronto la tuvo delante.

Por ser día festivo, el edificio universitario estaba cerrado. Vio cómo el atardecer se adueñaba de su noble fachada, y, emocionado, pensó que allí transcurrirían sus jornadas hasta el verano. Esperó a que la regia estampa se oscureciera tras las primeras sombras del ocaso. Luego, tomó de nuevo su equipaje y se orientó en busca de la hostería Napolitana. Tenía referencias de que, para los estudiantes llegados de otras ciudades, era el único lugar en Seoul que ofrecía hospedaje a precio muy barato. Estaba al final de una calleja.

Más parecía un asilo o una cárcel que una hostería. Pero Yoongi no tenía posibilidad de elegir. Cerca de la entrada había un mostrador destartalado. Tras él, un hombre apilaba paños raídos y mal doblados. Al ver a Yoongi le dijo:

—Me imagino a lo que vienes. Llegas tarde.

Un tanto perplejo, el joven estudiante explicó:

—Voy a seguir un curso en la universidad; necesito alojamiento.

—Aquí no lo encontrarás. La gente casi se sale por las ventanas de tan lleno como está.

—Aceptaría una habitación compartida. Con un rincón puedo apañarme —insistió Yoongi.

—Ya hemos metido en todas partes más camas de las que caben. No entra ni una más, lo sentimos.

Yoongi estaba desolado. Sus pocos recursos no le permitirían costearse un alojamiento más caro. Se le planteaba un problema difícil de resolver. En aquel momento, alguien, desde dentro, llamó al hombre del mostrador. Éste, sin acabar la conversación, o dándola ya por terminada, desapareció tras una deshilachada cortina que colgaba al fondo.

Sin que Yoongi lo advirtiera, una mujer de su edad (o un poco más), se encontraba severamente vestida de oscuro, había presenciado toda la escena. Estaba sentada en un banco, lejos del mostrador. Sin hacer ruido, se puso en pie y se acercó al joven veneciano.

—Si lo que busca es una habitación en donde alojarse... —dijo ella con voz cautelosa, casi furtiva—, le ofrezco una mejor que la que pudiera haber encontrado aquí. No está muy lejos. Si quiere acompañarme, se la enseñaré. Es muy espaciosa y tranquila. No tengo más huéspedes.

Yoongi pensó que aquella proposición venía a mejorar su mala suerte. Pero enseguida le preocupó el precio del hospedaje ofrecido. Y se lo manifestó a la mujer:

—Mis recursos son escasos. No sé si podré afrontar el alquiler.

—No se preocupe, me haré cargo. No le resultará más caro de lo que pueda pagar. ¿Quiere venir a ver el sitio? A nada se comprometerá por ello.

datsuzoko. yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora