Latente

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Estaba ahí, mirando la ternura de sus palabras y sus gestos torpes.
Ella comían una mousse de chocolate, mientras reían de sus locas aventuras. Y si, sin duda, había algo mágico en el aire.

Pasar tiempo con su mejor amiga era una parte esencial de su rutina. 

No podian creer que podian hablar horas y horas. Juntos, se burlaban del tiémpo, guardando cada instante en su memoria para cuando llegaran los dias tristes.

No era capaz de mirarla a los ojos para decir la verdad de sus sentimientos, ocultos pero presentes en cada gesto, imperceptible.

Una caminata por el rio, una charla en la terraza, un abrazo, un consejo, Oliver hacía todo, solo por verla reir. Pero nunca iba declararle su amor, eso sin duda era salirse de rutina. No iba a hacer eso nunca.

Aquel dia, como tantos otros en los que salían a caminar por la playa, la historia se volvio triste.

Su princesa, un poco desaliñada, con su cabello rojo despeinado, ropa casual, de aspecto inocente, decidió romperle el corazón con cuatro palabras.

Lo miró y le dijo:

—¡Me voy a casar!

Oliver la miró pálido, estupefacto, mudo, escucho cada palabra, eran frías dagas de plata lastimando su alma enamorada.

La abrazo, le dio un beso en la frente y la felicito, sabia que siempre estaría ahi esperando a que ella volviera. Ya que, él solo podía oficiar el papel de ser "su mejor amigo"

Después de esa noticia, ya no habría charlas hasta la madrugada, ni caricias de mejores amigos, no lo sacaría de problemas cuando alguna de sus tantas novias no quisiera dejarlo tranquilo. Todo acabo con tan solo cuatro palabras.

En fin, poco a poco, dejó su corazón en pausa esperando a que regresara. Pasaron dias, semanas, meses, años, se convirtió en su amigo mas preciado, su paño de lagrimas, su confidente, el padrino de su boda.

Una vez mas volvía a elegirlo y a huir lejos de él.

Inapropiada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora