VI. La bestia

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Al salir de la zona de la casa y entrar al ala principal, encontró el revuelto cotidiano de la preparación de una pronta gran lucha

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Al salir de la zona de la casa y entrar al ala principal, encontró el revuelto cotidiano de la preparación de una pronta gran lucha. Los hombres iban de habitación en habitación repartiendo armas y compartiendo datos, gritándose con pasión para conseguir infundirse ánimos. Un ambiente natural al que se acostumbró, olvidando contar las veces que sucedía.

–¡Están entrando! –un nuevo recluta pasó corriendo a prisa a su lado.

–¡No van armados! –reveló alguien más cerca de la entrada.

Se ponían a cubierto por si acaso, disparando información entre ellos. Moviéndose como profesionales, no había nadie que estorbara o fuese inútil.

–¡Elian! –uno de los capos (principales), que custodiaba la casa, llegó hasta él para hablarle. Era un hombre algo mayor, de cuerpo robusto y rostro surcado de experiencia. Iba con un garrote plateado en la mano. Su nombre era Alemán y con tal sobrenombre, tenía el acento germánico atorado en la lengua–. ¿Qué haces de este lado, muchacho? ¿Te unirás a defender el territorio? ¿Quieres un arma blanca?

Era común que el hijo de Padre combatiera a su lado, yendo al frente liderando con su poca experiencia, demostrando las órdenes que recibiera e incluso tomando la iniciativa en ocasiones. Pero Padre no se encontraba ahí, no tenía instrucciones. Así que no dudó un segundo en su respuesta.

–Lo lamento Alemán, está vez te la dejaré a ti y al resto –dijo mientras lo esquivaba–. Saldré por atrás, protejan a la Familia –pasando a su lado agregó–. Que nadie se lastime demasiado.

–Claro, nosotros nos encargamos –hizo un ademán rudo con las manos que Elian no vio. El chico corría en dirección contraria a la batalla–. ¡Patrick! –llamaba al otro más adelante–. ¿De verdad no traen armas?

–No –contestó. Era un joven con camisa de tirantes negra, se rascaba la cabeza con melena rubia, observando al frente–. Su Líder pidió que luchemos con honor –sus ojos demostraban recelo– y que tampoco usemos armas.

–¿Nos toman por idiotas? –. El otro no le respondió, pero se encogió de hombros–. ¡Oh, mi Dios! ¡Lo somos! –luego, se dio la vuelta quedando frente al resto, ordenó–: ¡Nadie dispare!

–Lo sabemos –Patrick bajó la cabeza–. Son solo niños.

–¿Qué? –utilizó el gran trozo de metal plateado para golpear un muro cercano, la piedra se quebró y el arma se abolló. Nadie se sorprendía por su reacción–. ¿En qué estarán pensando?

–Les daremos una paliza por tomar a la ligera a la Cosa Nostra de Sicilya –prometió el chico rubio.

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Los ruidos de la pelea se oían por todos lados, al parecer los intrusos consiguieron traspasar la defensa y hacían un destrozo por los sitios porque iban pasando. Había gritos, golpes, jarrones rotos y personas luchando en cada rincón de la casa. Pocos muebles sobrevivirían.

Encontrando a Omega |•COMPLETA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora