XX. Clímax

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La voz era autoritaria, potente y cargada de furia

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La voz era autoritaria, potente y cargada de furia. ¿Tal vez fuese un presagio de un mal día que comenzaba?

Justo como si un líder acabara de descubrir la traición de sus mejores aliados. Ese era el sentimiento que Alejandro desquitaba contra la formación en línea recta de hombres y mujeres, a los que encomendaba la tarea de cuidar a su familia. Los que le habían fallado.

–¡Mis órdenes fueron claras! –iba acercándose al par de soñadores, acostados juntos, demasiado pegados. ¡Dormían en la misma habitación! ¡Uno sobre el otro! Eso no debería haber ocurrido. El sol apenas comenzaba a iluminar por entre las cortinas de las ventanas amplias–. ¡¿No es así, Lorena?! ¡¿Úrsula?! ¡¿Quién más escuchó lo que dije anoche?! –no hubo respuesta–. Les hice una pregunta, ¡qué alguien me conteste!

–Pidió que tanto el joven Elian como Alpha estuvieran separados –aclaró en tono profesional uno de los hombres, trajeado de negro, que velaban por la seguridad del empresario.

–¿Y qué fue lo que hicieron con esa orden? –ahora se dirigía directo a las dos mujeres, no había arruga alguna de enojo en su rostro, eso no quería decir que no lo estuviera. Una de ellas, o ambas, eran las principales responsables; lo intuía por sus señas corporales cargadas de nerviosismo–. ¡Esto no es un juego! ¡Es la vida de mi hermano!

Signor, en estos momentos, es difícil convencer a Alpha de dejar ir a Elian –excusó pobremente Lorena, tartamudeando bajo. Recibiendo una mirada cargada de odio, ella dio un respingo agachando la cabeza con vergüenza. Reconocía que el error fue su culpa, no merecía recibir explicaciones ni darlas, debía disponerse a obedecer. Y no lo hizo.

–Alguien hágame el favor de despertarlos –su impulso teñía el tono de su habla. Debía obtener de nuevo la cooperación ciega de sus sirvientes. ¡Más problemas molestos!–. Nadie diga una sola palabra de lo que pasó, seamos discretos y así quizá, evitaremos que Alpha se ponga a la defensiva.

–¡Estamos para servirle! –todos los presentes tomaron posición de firmes, llevaron la mano derecha al corazón e inclinaron la cabeza un poco, cerrando los ojos.

Necesitaban algo más que una reverencia para recuperar la confianza de Alejandro.

–Trataremos de usar las cosas que al zoquete le gustan, intentemos llamar su atención por sobre Elian, con la comida y los juegos –planificaba en voz alta–. Comenzaremos con darles desayunos separados, Alpha se queda en su cuarto y Elian en la cocina, ya veremos cómo resolverlo.

–¡Signor! ¡Sí! ¡Signor! –contestaron de nuevo al unísono, sin dejar la reverencia.

–Están despiertos –le hizo saber otro de sus guardaespaldas que volvía de la habitación de Alpha, se detuvo a pocos pasos de sus compañeros, imitó su posición al verlos reverenciando.

–Bien –se apartó de las escaleras, que es donde se había desarrollado la escena, entró a la habitación con la cara llena de emociones mal escondidas. Los vio acostados uno sobre el otro, sin conseguir ver el rostro de Elian, enterrado en el pelaje de Alpha–. ¡Buenos días, solecitos! –gritó más de lo planeado, haciendo que las orejas enmarañadas de la pantera se agitaran con brusquedad–. Levántense ya, Elian, necesito hablar contigo.

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