Aforismos 76-100

1 0 0
                                    

76. No estar siempre de burlas. Conócese la prudencia en lo serio, que está más acreditado que lo ingenioso. El que siempre está de burlas nunca es hombre de veras. Igualámoslos a estos con los mentirosos en no darles crédito: a los unos por recelo de mentira, a los otros de su fisga. Nunca se sabe cuándo hablan en juicio, que es tanto como no tenerle. No hay mayor desaire que el contino donaire. Ganan otros fama de decidores y pierden el crédito de cuerdos. Su rato ha de tener lo jovial; todos los demás, lo serio.

77. Saber hacerse a todos. Discreto Proteo: con el docto, docto, y con el santo, santo. Gran arte de ganar a todos, porque la semejanza concilia benevolencia. Observar los genios y templarse al de cada uno; al serio y al jovial, seguirles el corriente, haciendo política transformación: urgente a los que dependen. Requiere esta gran sutileza del vivir un gran caudal; menos dificultosa al varón universal de ingenio en noticias y de genio en gustos.

78. Arte en el intentar. La necedad siempre entra de rondón, que todos los necios son audaces. Su misma simplicidad, que les impide primero la advertencia para los reparos, les quita después el sentimiento para los desaires. Pero la cordura entra con grande tiento. Son sus batidores la advertencia y el recato, ellos van descubriendo para proceder sin peligro. Todo arrojamiento está condenado por la discreción a despeño, aunque tal vez lo absuelva la ventura. Conviene ir detenido donde se teme mucho fondo: vaya intentando la sagacidad y ganando tierra la prudencia. Hay grandes bajíos hoy en el trato humano: conviene ir siempre calando sonda.

79. Genio genial. Si con templanza, prenda es, que no defecto. Un grano de donosidad todo lo sazona. Los mayores hombres juegan también la pieza del donaire, que concilia la gracia universal; pero guardando siempre los aires a la cordura, y haciendo la salva al decoro. Hacen otros de una gracia atajo al desempeño, que hay cosas que se han de tomar de burlas, y a veces las que el otro toma más de veras. Indica apacibilidad, garabato de corazones.

80. Atención al informarse. Vívese lo más de información. Es lo menos lo que vemos; vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras veces llega en su elemento puro, y menos cuando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió. Sea la refleja contraste de lo falto y de lo falso.

81. Usar el renovar su lucimiento. Es privilegio de fénix. Suele envejecerse la excelencia, y con ella la fama. La costumbre disminuye la admiración, y una mediana novedad suele vencer a la mayor eminencia envejecida. Usar, pues, del renacer en el valor, en el ingenio, en la dicha, en todo: empeñarse con novedades de bizarría, amaneciendo muchas veces como el sol, variando teatros al lucimiento, para que en el uno la privación y en el otro la novedad soliciten aquí el aplauso, si allí el deseo.

82. Nunca apurar, ni el mal, ni el bien. A la moderación en todo redujo la sabiduría toda un sabio. El sumo derecho se hace tuerto, y la naranja que mucho se estruja llega a dar lo amargo. Aun en la fruición nunca se ha de llegar a los extremos. El mismo ingenio se agota si se apura, y sacará sangre por leche el que esquilmare a lo tirano.

83. Permitirse algún venial desliz. Que un descuido suele ser tal vez la mayor recomendación de las prendas. Tiene su ostracismo la envidia, tanto más civil cuanto más criminal. Acusa lo muy perfecto de que peca en no pecar; y por perfecto en todo, lo condena todo. Hácese Argos en buscarle faltas a lo muy bueno, para consuelo siquiera. Hiere la censura, como el rayo, los más empinados realces. Dormite, pues, tal vez Homero, y afecte algún descuido en el ingenio, o en el valor, pero nunca en la cordura, para sosegar la malevolencia, no reviente ponzoñosa: será como un echar la capa al toro de la envidia para salvar la inmortalidad.

El oráculo manualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora