29. Quisiera no ser como solía ser ella

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Hace unos días, después de descubrir que Belle Moore escondía más secretos de los que podría conocer, decidí esconder la libreta que había tomado prestado entre mis pertenencias

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Hace unos días, después de descubrir que Belle Moore escondía más secretos de los que podría conocer, decidí esconder la libreta que había tomado prestado entre mis pertenencias. Eso significaba que el mundo desconocía sobre mi nuevo descubrimiento, incluso Dante lo ignoraba. No es que no hubiera tenido oportunidad de comentarle a alguno de los chicos mi descubrimiento, simplemente no estaba segura de querer admitir que había vuelto a inmiscuirme en la vida de otro sin pedir permiso. Ya tenía suficiente con las miradas de desaprobación de muchos, así que este era mi nuevo secreto.

Además, me bastaba con sentirme como alguien que no encajaba dentro de una sociedad ansiosa por emitir críticas para guardar silencio y pasar desapercibida. No quería problemas o, en todo caso, no quería llamar la atención.

—¿Naná?... ¿Irás a la reunión de esta noche? —Elevé la mirada para encontrar la de California. No le presté atención aunque hubiera comprendido su pregunta. Desvié la mirada—. Vamos, Jules, no puedes solo ignorarme.

Mordí el interior de mis labios para no renegar. Hace días que la había perdonado por haber publicado aquella carta, aun cuando no me hubiera dado razones o no hubiera deseado oírlas. Sin embargo, mi mente estaba netamente ausente. No hacía más que darle vueltas a la situación en la que me encontraba ahora que mi identidad se conocía, por eso, y porque el silencio tras su diálogo era una tortura, comencé a jugar con un pedazo de manzana mientras observaba el

—Dale una oportunidad —susurró Hansen a mi costado. Me limité a sonreír a la fuerza.

No la juzgaba, simplemente tenía la paciencia a límite. Mi cabeza iba a explotar, tarde o temprano, y prefería no tentar a la suerte, sino ser indiferente a cualquier estímulo engañoso.

—Lo siento. Tengo que adelantar tareas —mentí, poniéndome de pie.

Estábamos en el patio, cerca del viejo roble, comiendo sobre una manta de cuadros que California había traído. La razón del por qué no estábamos en la cafetería, como de costumbre, la entenderán ahora.

Fui rápida al despedirme de mi hermano con un fuerte abrazo, asegurándome de que esa fuera la despedida del día hasta que me atreviera a regresar a casa. A California, quien solo esperaba un frío adiós, le di un gentil beso en la mejilla. Ella no me presionó, tampoco reclamó por mi temporal distanciamiento. Solo me dejó marchar con un gesto sutil de paciencia. Agradecí que no insistiera en ese momento, especialmente cuando, decidida a no mirar atrás, me cobijé en el edificio más cercano.

Caminé en silencio, con las manos escondidas en el interior de mi chaqueta de buzo. Suspiré, una vez lejos de la carga emocional. Me escondí, entre las paredes del primer salón que encontré. Y me recosté sobre el frío muro de concreto más cercano para tomar aire y olvidar que las cosas se me habían salido de control. Quizás... No lo sé, estaba cansada de tener que aparentar que la realidad no me estaba afectando. Quizás debía ser sincera, sobre todo con mis amigos, acerca del cargamontón iniciado en mi contra. Dios. Tal vez ahora mismo había tomado muchas malas decisiones; sin embargo, estaba convencida de no querer arrastrar a alguien más en esto. Si la gente me odiaba, tenía que ser fuerte. Debía demostrar que ser Dalimoe no era algo de lo que me arrepintiera.

Una melodía para un corazón roto [CCR #1] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora