27. Entre la espada y la pared

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Junté los párpados por el temor de enfrentar la verdad

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Junté los párpados por el temor de enfrentar la verdad. Pero lo cierto es que bastaron diez segundos para notar, tras una ráfaga de viento, que el huracán Evanston no iba directo a mi posición. No, pasó de largo, rozando mi brazo en su trascurso.

Resoplé, sintiendo que el peso de cien cadenas sobre mis hombros se desvanecía a cada paso lejos de mí que daba Evanston. Sin embargo, mi tranquilidad fue momentánea al notar la reacción de los pocos que me rodeaban cuando me atreví a despegar los párpados. La multitud parecía alborotada. Algunos estaban perplejos, pero no todos, los demás reían mientras observaban la pantalla de su móvil, deslizando su dedo de abajo hacia arriba para leer con determinación el mensaje que alguien había compartido.

¿Cómo terminamos así?, renegué al volver a desbloquear la pantalla.

Mi sorpresa fue aún mayor cuando reparé en el nombre de la página en la que se había difundido la carta de Evanston. Casi, por milésimas de segunda, caigo desplomada sobre el suelo. De no ser porque me apoyé en el casillero, habría acabado tendida sobre el suelo.


"Para el único amor que nunca estuvo a mi alcance"


Así se titulaba el encabezado donde habían compartido el fragmento. ¿Cómo se llamaba la página? Era fácil de adivinar, debí suponer que sería así:


El rincón de Dalimoe

"Club de los corazones rotos"


Sentí un nudo en la garganta al tratar de convencerme que esto era una broma de mal gusto. Pero nada cambió aunque parpadeé seguidas veces. ¿Quién lo había hecho?, fue la pregunta que me atormentó a cada segundo mientras mis manos temblaban al pensar en que le había fallado a Evanston. Inspiré, exhalé. Lo hice lento, asegurándome de ser capaz de buscar entre mis contactos para así dar el siguiente paso.

Rebusqué entre el sinfín de grupos de conversaciones antes de encontrar el que buscaba. Una vez que encontré este, comencé a escribir con rapidez. Las yemas de mis dedos comenzaron a hervir mientras escribía y borraba, una y otra vez, finalmente puse lo primero que se me cruzó por la mente: "Los veo en 30 minutos en el auditorio", y envié el mensaje entre los 9 mensajeros.

No esperé a que alguno respondiera, sino que guardé el móvil y seguí los pasos de Evanston, que hace varios minutos había desaparecido de mi rango de visión. Primero se me ocurrió buscarlo entre los salones. Sin embargo, tras la difusión de su carta privada supuse que no estaría de humor para asistir a clase. Lo segundo que me ocurrió fue revisar el escondite de Belle Moore, pero ─dado a nuestra actual condición─ deduje que no iba a acudir al primer lugar donde se me habría ocurrido buscarlo, así que opté por la opción más disparatada... La oficina de su padre, el director de Belmont.

Una melodía para un corazón roto [CCR #1] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora