25. Un error lo comete cualquiera, sobre todo yo

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Mantuve la puerta abierta por si Hansen se asomaba, pero con cero esperanzas de que eso sucediera. Y, como lo predije, durante las dos horas que permanecimos encerrados en la misma casa, no dio señales de vida. Caleb Jules había ido al trabajo como cada miércoles por la tarde, dejándonos a cargo uno del otro. Por obvias razones, estaba prohibida de salir fuera de horario de clases, así Hansen se aseguraba de que no cometiera una locura o sobrepasara los límites. Tampoco es que le hubiera reclamado por vigilarme aún, suficiente con nuestro momento de sinceridad hace dos días, donde él pensó que elegía a Evanston.

¿Hasta cuándo seguiríamos así?, preguntó mi subconsciente, también deseé saber la respuesta cuando caí rendida sobre las algodonosas sábanas de mi cama. Eran poco más de las ocho; sin embargo, se sentía como si fuera de madrugada. Estaba exhausta, especialmente porque me había convertido en el centro de la atención tras mi distanciamiento de Heartbreaker y el otro Jules, y mi reciente unión al trío que muchos evitaban: Polac, Gertrude y Evanston.

—¿Podrías aunque sea decirme si vives? —grité. No esperé que respondiera.

Oí un golpe, probablemente de su pelota de baseball favorita contra la pared de su habitación.

—Esto es ridículo —me aseguré de que oyera mi queja.

Oí un bufido mal humorado cuando me cubrí con las sábanas.

—Ridículos son con los que te juntas —se oyó desde el otro lado de la habitación. Resoplé.

Podría responder pero sería avivar el fuego, por ende opté por quedarme en silencio mientras observaba el techo de la habitación al estar recostada en la cama. Había varias estrellas color verde estampadas en la pintura dispuestas a brillar cuando apagara las luces. Suspiré, estas me recordaban la tarde donde, junto a mi madre, decidimos pegar una por cada favor que hiciera. Eran tantas. Dios. Perdí la cuenta de estas hace bastante tiempo, por ende no me sorprendía que no hubiera espacio libre suficiente para agregar uno más cuando lograra, por fin, sacar de aquel hoyo a Evanston, cuando tuviera la certeza de que no se sentía solo.

Ahora es diferente, aclaró mi subconsciente.

Sentí un escalofrío. Ciertamente Evanston había cambiado: dejó de lado su mal humor o su pesimismo. Era sincero conmigo o al menos intentaba serlo la mayor parte del tiempo. Además me había dejado entrar en su mundo. Ese es un gran avance, confirmé al abrigarme entre las sábanas de algodón, sintiéndome con esa idea. Aun cuando no fuera la razón de su repentino cambio, me alegraba saber que compartía esta clase de nuevos momentos con él. Confesaré que amaba ser parte de este viaje a ciegas, donde a cada instante Evanston me sorprendía con una nueva reacción, mueca o confesión. Me divertía, lástima que él no lo supiera.

—¿Por qué tanto silencio? —gritó Hansen desde el otro lado. No respondí—. Seguro estás hablando con los roba hermanas.

Reí en silencio al escucharlo. —Son mis amigos y tienen nombre —aclaré, seria.

Jules no se atrevió a contradecir mi afirmación, seguro porque se revolcaba en su cama mientras ideaba un plan para arrebatarme a mi nuevo grupo de amigos. Lástima que no contara con que estaba convencida de que nada me iba a separar de ellos.

—Los elegiste —indicó en un grito casi inaudible. Suspiré. Eres infantil, pensé.

—Como yo lo veo, preferiste darme la espalda —acoté con desinterés. Era así como se sentía después de que rechazara mi pedido—, pero te perdono, Hansen —esto último lo dije en un susurro que solo yo pudiera oír por un sinfín de razones.

Primero, no quería discutir con Hansen de nuevo; y segundo, estaba exhausta como para defender mis argumentos sobre su error al juzgarlos sin un fundamento fuerte. Yo estaba en lo correcto, me bastaba con no dudar respecto a ello, por eso no podía rendirme aunque no contara con alguien de mi antigua vida. Tenía que seguir luchando en nombre de aquellos que sacrificaban su felicidad para no invertir el orden de las cosas, como Evanston. Debía probarle al mundo que la verdad estaba oculta bajo un montón de disfraces... y para ello tenía que planificar con recelo cada uno de mis movimientos.

Una melodía para un corazón roto [CCR #1] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora