CAP 3

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Intervinieron otros cinco chicos más antes de que le tocará a él. Cuando llegó su turno, sonrió ligeramente. Tenía una voz grave, ardiente y terriblemente sexy:
 
    —Me llamo Jung Hoseok. Tengo
        dieciocho Años, pero estoy aquí
        solo porque Maycol me lo ah
        pedido.

    —¿Y comó estás?—le preguntó
        Samuel.

    —Muy bien.—Esbozó una sonrisa
        torcida—. Estoy es una montaña
        rusa que no hace más que subir,
        amigo mío.

La hora pasó enseguida. Se contaron peleas, batallas ganadas en guerras que sin duda se perderían. Se aferraban a la esperanza. Ni Jung Hoseok ni yo volvimos a hablar hasta que Samuel dijo:
  
    —Hoseok, quizá te gustaría
        compartir tus miedos con el
        grupo.

    —¿Mis miedos?.

    —Sí.

    —Me da miedo el olvidó.—habló sin
         pensárselo un segundo—.Lo temo
         como el ciego al que le da miedo
         la oscuridad.

Miré a Jung Hoseok, que me devolvió la mirada.

    —Llegará un día en que todos
        nosotros estaremos muertos—dije
        —. Llegará un día en que no
        quedará un ser humano que
        recuerde que alguna vez existió
        alguien o que alguna vez nuestra
        especie hizo algo. No quedará
        nadie que recuerde a Aristóteles o
        Platón. Y si te preocupa que sea
        inevitable que el hombre caiga en
        el olvido, te aconsejo que ni lo
        pienses. Al final tuvimos que
        cogernos todos de las manos y
        Samuel empezó otra oración.

   —Señor Jesucristo, nos hemos reunido en tu corazón, literalmente en tu corazón, como supervivientes del cáncer. Tú y solo Tú nos conoces como nos conocemos a nosotros mismos. Guíanos hacia a la vida y la luz en nuestra dura prueba.

   Cuando Samuel acabó, pronunciamos todos juntos —HOY ES EL MEJOR DÍA DE NUESTRA VIDA— y se dió por finalizada la sesión. Jung Hoseok se levantó de la silla y vino hacía mí. Era mucho más alto que yo, pero se quedó a cierta distancia de mí, así que no tuve que estirar el cuello para mirarlo a los ojos.

    —¿Cómo te llamas?—me preguntó.

     —Samira.

     —Me refiero a tu nombre completo.

     —Ah...Tengo que decirlo?

     Estaba apunto de decirme algo cuando Maycol se acercó.

      —Literalmente—me dijo.

      —¿Literalmente?— le pregunté.

      —Estamos literalmente en el
          corazón de Jesús—añadió—.
          Pensaba que estábamos en el
          sótano de una iglesia, pero
          estamos literalmente en el
          corazón de Jesús.

       —Alguien debería informar a
           Jesús —le comenté—. Vaya,
           puede ser peligroso almacenar
           en el corazón a niños con
           cáncer.

       —Se lo diría yo mismo —dijo
           Hoseok—, pero por desgracia
           estoy literalmente encerrado
           dentro de su corazón, así que no
           podrá oírme.

     Me reí, y el sacudió la cabeza sin dejar de mirarme.

       —¿Qué pasa? —le pregunté.

       —Nada —me contestó.

       —¿Por qué me mirás así?.

   Hoseok esbozó una media sonrisa.

       —Porque eres guapa. Me gusta
           mirar a las personas guapas, y
           hace un tiempo decidí no
           privarme de los sencillos
           placeres de la vida.

   Se quedó un momento en un incómodo silenció.

       —Bueno —siguió diciendo—,
           sobre todo teniendo en cuenta
           que, como bien has comentado,
           todo esto acabará en el olvido.
           Me reí, o suspiré, o lancé una
           especie de bufido parecida a la
           tos.

       —No soy gua... —empecé a decir.

       —Te pareces a una Actriz.

    Estaba claro que estaba ligando. Y la verdad es que me volvía loca. Ni siquiera sabía que los chicos podían volverme loca, quiero decir en la vida real.

    Una chica más joven pasó por nuestro lado.

      —¿Qué tal, Angelly? —le preguntó.

      —Hola, Hoseok —le contestó la
         chica sonriendo.

      —De la Católica —me explicó.

    La conversión parecía haber terminado, mi madre estaba ya esperándome.

      —Debería irme a casa. Mañana por
          la mañana tengo clases —le dije.

      —Samira —me dijo, y mi nuevo
          nombre sonaba más bonito en su
          voz—. Ha sido un verdadero
          placer conocerte.

      —Lo mismo digo, Hoseok —le
          contesté.

    Al mirarlo, sentí un ataque de timidez. No podía sostener la intensidad de sus ojos.

      —¿Puedo volver a verte? —me
          preguntó.

Su voz sonó nerviosa, y me pareció extrañable.

      —Claro —le contesté sonriendo.

      —¿Mañana? — me preguntó.

      —Paciencia, saltamontes —le
          aconsejé—. No querrás parecer
          ansioso...

      —No, por eso te he dicho mañana
          —me contestó—. Quisiera volver
          a verte hoy mismo, pero estoy
          dispuesto a esperar toda la
          noche y buena parte de mañana.

Puse los ojos en blanco.

       —Lo digo enserio —añadió.

       —Ni siquiera me conoces —le dije.

       —¿Qué Te parece si te llamó?
           —me dijo.

       —Te dejó este libro con mi
           número —contesté.

       —Nos vemos —me contestó con
           una sonrisa de tonto, de oreja a
           oreja. Soy un gran aficionado a
           las metáforas Samira.

   Me giré hacia el carro y me fui.

   Me giré hacia el carro y me fui

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