Había estado pegándole a la cocaína durante tres días con mi traficante de drogas mexicano Mario, cuando recordé el show de Arizona. Por entonces, mi banda, los Red Hot Chili Peppers, ya teníamos un álbum sacado, y nosotros estábamos pensando en ir a grabar nuestro segundo álbum a Michigan, pero primero, Lindy, nuestro manager, nos había reservado una actuación en Arizona en una discoteca de un restaurante especializado en bistecs. El promotor era un fan nuestro y él iba a pagarnos más de lo que cobrábamos y todos nosotros necesitábamos el dinero, así que estuvimos de acuerdo en actuar.
Excepto que yo estaba hecho trizas. Solía estarlo cuando bajaba al centro y quedaba con Mario. Era un gran personaje, delgado, nervudo y astuto mexicano, que lucía como una ligera fuerte versión de Gandhi. Él usaba grandes gafas, y no lucía como un vicioso o una imponente persona, pero siempre que nos inyectásemos cocaína o heroína haría sus confesiones: "Yo tuve que herir a alguien. Soy un cumplidor de trabajos para la mafia Mexicana. Recibo estas llamadas de la mafia mexicana e incluso no quiero saber los detalles, solo hago mi trabajo, pongo a la persona fuera de comisión y consigo mi paga." Tú nunca sabías si algo de lo que él decía era verdad.
Mario vivía en una vieja vivienda de ladrillos en el centro, compartiendo su sórdido departamento con su anciana madre, quien se sentaba en una esquina de su diminuta sala de estar, viendo silenciosamente telenovelas Mexicanas. De cuando en cuando, habrían arrebatos de discusiones en español, y yo le preguntaría si nosotros debíamos hacer drogas ahí (tenia una gran pila de drogas, jeringas y algodones sobre la mesa de la cocina. Me dijo "No te preocupes. Ella no puede ver ni escuchar, no sabe qué es lo que estamos haciendo,". Entonces yo me mandaría speedball con la abuelita en la habitación de al lado.
Mario no era en realidad un traficante de droga de venta al público, el era un enlace a los mayoristas, así que tú conseguías grandes dosis de drogas por tu dinero, pero entonces tenías que compartir tus drogas con él. Las cuales estábamos haciendo ese día en su pequeña cocina. El hermano de Mario había salido de prisión recientemente y estaba justo ahí con nosotros sentado en el suelo, y gritando cada vez que fallaba al no hallar una vena de su pierna. Era la primera vez que yo había visto a alguien que se había quedado sin el verdadero estado útil en sus brazos y se sometía a pincharse una pierna para la dosis.
Nosotros estuvimos haciendo lo mismo durante días, incluso mendigamos dinero una vez en la calle para conseguir más coca. Pero ahora eran las 4:30 de la mañana y me di cuenta que teníamos que actuar esa noche. "Es hora de comprar algo de droga, porque necesito conducir hasta Arizona y no me siento muy bien," decidí ir.
Así que Mario y yo nos subimos a mi cutre trozo de chatarra Studebaker Lark verde y conducimos a una oscura, profunda y poco amistosa parte del guetto del centro de la ciudad en el que nosotros estábamos ya dentro, una calle en la que tú solo no querías estar en ella, excepto por los precios que aquí eran los mejores. Nos estacionamos y caminamos unas pocas manzanas hasta que llegamos a una vieja edificación ruinosa. Mario me dijo, "Confía en mí. No quieres entrar ahí. Cualquier cosa que puede pasar dentro no va a ser buena, así que dame el dinero y yo conseguiré la mercancía."
Una parte de mi estaba fuera de sí. "Dios, no quiero morir justo aquí ahora. El no lo había hecho antes, pero yo no me interpondría en su camino." Pero por otra parte la mayor parte de mí solo quería esa heroína, así que saqué los últimos cuarentas dólares que yo tenía guardados, se los di y desapareció en el edificio.
Yo había estado dándole a la coca durante tantos días directamente que yo estaba alucinando, en un extraño limbo entre la consciencia y el sueño. Todo lo que podía pensar era que realmente yo le necesitaba para salir de ese edificio con mis drogas. Me saqué mi preciada posesión, mi añeja chaqueta de cuero. Años atrás Flea y yo gastamos todo nuestro dinero en estas correspondientes chaquetas de cuero, esta chaqueta se había convertido en una casa para mí. Ella almacenaba mi dinero y mis llaves y en un pequeño bolsillo elegante secreto, mis jeringuillas.