IX; Reflejo.

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Hacía frío aquella tarde. Un helado atardecer de invierno. La nieve caía como si fuera ceniza, reviviendo pesados momentos que no lo dejaban en paz.

Se acurrucó entre el delgado suéter que usaba, caminando por las calles de Daegu como un vagabundo.

Bien, eso era, ¿no? Su existencia se limitaba a la de un vagabundo que dormía en la banca de un parque poco transitado, cargando una mochila con unas pocas prendas que alcanzó a recuperar.

Estaba hambriento, a esas alturas debía ya haber perdido cerca de dos kilos y contando. Los días alimentándose una vez al día de un poco de pan no estaban ayudando precisamente a su dieta.

Bufó. El vaho escapando de entre sus delgados y resecos labios como una pequeña nube de humo.

Podría simplemente quedarse en la banca del parque y morir de inanición. O de frío. Hacia poco había podido ver como uno de los ancianos que iban a dormir ahí amanecía tieso como un hueso a causa del frío y el hambre. Vio también como el camión de la basura se llevaba el cuerpo.

Negó con la cabeza.

No, seguir respirando había costado demasiado como para dejarse morir al sentir la dificultad del mundo real. No podía dejar que se lo comieran vivo.

Finalmente llegó a su destino, y dudó, pero entonces entró al poco concurrido bar; había una barra al fondo que cubría casi siete metros de largo, llena de vinos y licores en la estantería a la espalda. Mesas repartidas, de madera barnizada y sillas y sofás acolchados que conformaban los grupos de mesas.

Había un espejo unilateral del lado de la calle, con vista al exterior. O sea que lo habían visto llegar.

Cuando notó a un hombre alto y de cabellera alta acercándose en un elegante pantalón de vestir y una camisa azul cielo remangada retrocedió y se vio la ropa; sólo llevaba unos vaqueros raídos y desgastados, camiseta que era negra y ahora se veía deslavada y un suéter delgado de lana cubriendo su delgado cuerpo.

Donde el hombre llevaba calzado italiano él llevaba unas zapatillas deportivas rotas en el costado del zapato izquierdo.

Cuando fue escudriñado temió que lo mandara a la mierda, así que se apresuró a hablar:

- V- vengo por... el anuncio de empleo - balbuceó, maldiciendose por sentirse nervioso.

- ¿Qué edad tienes? - se puso aún más rígido, y no contestó. El hombre pareció pensarlo bien antes de suspirar - Mi nombre es Heechul, soy el dueño del lugar.

- Soy Yoongi... - recibió una sonrisa que le hizo sentir algo de tranquilidad - Necesito el empleo - agregó entonces -. Puedo lavar platos, limpiar, servir como mesero. Y-

- Empecemos por el hecho de que pareces necesitar más una buena comida - le interrumpió, dejándolo rojo de la vergüenza. Heechul sonrió de nuevo y se volvió a su espalda - ¡Hey, Dojoon!

Desde una puerta en la barra apareció otro atractivo hombre, alto y esbelto de cabello negro y corto peinado hacia atrás, vestido de camarero.

- Trae un plato de comida, anda - el chico llamado Dojoon asintió y se volvió por la puerta, y luego siguió a Heechul cuando se lo indicó, sentándose en una de las mesas junto a la pared - Escucha, Yoongi, debes darme una buena razón para que contrate a un menor de edad en un establecimiento donde vendemos alcohol.

Tragó duro. Tenía la boca seca y fue difícil hacerlo. Jugó con sus manos debajo de la mesa, ¿Qué decir?

- Llegué a Daegu hace poco... vengo de Seúl. Estoy solo y necesito un trabajo si no quiero morir de hambre y frío.

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