Capítulo Dos

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Charlie abrió los ojos de repente y lo primero que se cruzó en su vista fue el reloj: de nuevo tarde.

Se removió en la cama, estirando sus extremidades cuan largas eran y se levantó resignado. Se fue desnudando camino a la ducha y, una vez dentro, dejó que el agua lo terminara de despertar.

Definitivamente había muchas cosas que Becily no hacía: cocinar, lavar platos, tender camas y bueno, todo lo que implicara una tarea doméstica. Sin embargo, ella siempre lo había despertado a tiempo para llegar al trabajo. Y quizá fuera porque quería deshacerse de él por las mañanas lo más rápido posible, pero, al final de cuentas, era agradable no despertar solo.

Charlie salió de la ducha aun pensativo y se vistió en silencio. Dejó la habitación y se dirigió a su lugar favorito de toda la casa: la cocina.

No sólo le encantaba cocinar, también tenía un particular gusto por comer, sobre todo cuando estaba preocupado por algo. Pero en ese momento no se encontraba particularmente ansioso ni siquiera enojado, estaba neutral. Tan neutral que su boca, usualmente curvada en una sonrisa involuntaria, se había convertido en una final línea indiferente.

Charlie encendió el televisor —un bonito plasma que había comprado especialmente para su cocina—, y se sumió en la simple tarea de prepararse un café. Y, como un fastidioso recordatorio, Becily se cruzó por su mente de nuevo.

Ella lo había acostumbrado a no endulzar el café.

Suspiró intentando recuperar la serenidad y le agregó dos cucharadas de azúcar a su café, dejándolo más dulce de lo necesario.

—Seré gordo y no me importa—balbuceó mientras prestaba atención al televisor, donde el diminuto relojito en la esquina del noticiero le recordó que iba a llegar tarde al trabajo.

Bueno, no era que verdaderamente llegara tarde, ya que, siendo el jefe, nadie te dice a qué hora tienes que llegar. Pero durante años, mientras trabajaba a sol y sombra para levantar su negocio, se había hecho de la puntualidad un hábito.

Charlie subió a su auto, un bonito convertible negro del cual estaba muy orgulloso, y condujo por casi veinte minutos hasta llegar a Cherry Wine, el primer restaurante que había abierto.

Entró al lugar saludando a todos como de costumbre y después se sumergió de lleno en la cocina.

No se detuvo ni por un minuto durante toda la mañana, estaba absorto, como usualmente cuando cocinaba, ya que esto le robaba toda la concentración que era capaz de mantener y hacía que el resto del mundo se desvaneciera como un pensamiento lejano.

No fue hasta bien entrado el medio día que Pete, su jefe de meseros, llamó su atención para avisarle que alguien lo estaba buscando.

La primera persona que apareció en la mente de Charlie fue Jane, pues había intentado llamarla durante todo el domingo sin obtener respuesta. Al parecer, ella y Leon habían alargado un poco más la dichosa celebración del compromiso y habían decidido, quizá, tomarse también una pre-luna de miel.

Sin embargo, no era su mejor amiga la que estaba sentada en una mesa cerca de la ventana mirando distraídamente el menú. Era Becily, su esposa.

Lucía tan casual como siempre, con ese estilo Californiano de gafas de sol, jeans y camisetas sueltas que tanto la definía y que, junto a Charlie, siempre la hacía lucir aún más joven de lo que era.

Charlie no pudo ignorar el sentimiento de mala espina que aquella repentina aparición le causaba y, mientras se limpiaba las manos con un trapo de cocina, caminó hasta ella con cierta suspicacia.

—Hola, bebé—saludó Becily con una sonrisa enorme apenas él se sentó frente a ella.

Charlie la miró serio, desconcertado, intentando unir todas las piezas del rompecabezas antes de que el juego lo tomara por sorpresa.

Besos de MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora