Jane ya había dado vueltas por toda la cocina, incluso le dolían los pies por haber caminado descalza por las baldosas congeladas. Se subió a la barra de la cocina y comenzó a mordisquearse las uñas de manera distraída, intentando encontrar la manera correcta de enfrentar a Leon.
Escaleras arriba, su promedito tomaba una ducha antes de bajar para cenar con ella y luego irse al hospital para hacer su guardia nocturna. Jane podía escuchar el fluido sonido del agua y el leve cantico alegre de Leon, lo cual no hacía más que alterarle los nervios.
Sabía que no era lo mejor soltarle la bomba antes de que se fuera a trabajar, pues lo iba a obligar a pensar en el asunto en lugar de concentrarse, pero ya era veinte de diciembre y tenía que empezar a preparar todo porque ya lo había estado posponiendo durante casi una semana, si seguía esperando, Leon se daría cuenta de que iba a irse cuando la viera haciendo las maletas.
La chica siguió abrazándose para mantener el calor dentro de un viejo suéter que le había regalado su madre hacía no sé cuánto tiempo y, antes de que pudiera darle un orden a sus ideas, Leon bajó a la cocina con el cabello mojado y su característico olor a colonia y jabón.
— ¿Qué vamos a cenar?—preguntó él animosamente.
— ¿Ah?
—Te doy un centavo por sus pensamientos—dijo Leon abriendo el bote de mantequilla de maní y sumergiendo una cuchara dentro para después llevársela a la boca bajo la mirada distraída de Jane—. ¿Qué sucede? —Balbuceó parándose enfrente de la chica.
Ella se limitó a sonreír sabiendo que si le revelaba sus pensamientos, lo único que recibiría a cambio sería un cucharazo furioso.
—Muero de hambre—comentó la chica deslizándose al suelo y dirigiéndose al microondas para calentar la cena, mientras Leon la miraba sentado pacientemente en la barra.
Cenaron hablando de cualquier cosa, volviéndose lentos al comer, pues intentaban mantener la conversación viva, ya que era rara la vez que podían hablar por más de diez minutos antes de que alguno de los dos saliera disparado al trabajo. Estaba tan a gusto, dejándose llevar por la voz de Leon que relataba todo lo que acontecía en el hospital, que Jane estuvo a punto de dejar pasar la gran noticia, pero entonces, él trajo el tema a colación.
— ¿Cómo va Charlie con lo de la niña? ¿Ya tiene alguna fecha?
Maldición.
Jane se encogió de hombros tomándose su tiempo para masticar y juguetear con el último trocito de brócoli que quedaba en su plato, llevándolo de un lado a otro, antes de contestar. —Sí, ya le dieron una fecha. Será… pronto.
— ¡Qué bien! Supongo que el próximo año, ¿no? —concluyó él, pensando que si él, adicto al trabajo, se permitía unas vacaciones para las fiestas de diciembre, la agencia también estaría atascada hasta después del treinta y uno.
—De hecho… nos vamos el veintitrés—indicó Jane esforzándose por sacar las palabras fuera de su boca.
—Espera ¿qué? ¿Se van? —preguntó Leon mirándola inquisitivamente mientras bajaba el tenedor, dispuesto a escuchar por si no había entendido bien.
—Si—confirmó Jane tomando un gran respiro y exhalando aquella última palabra, comenzando a sospechar que después de aquello no había forma de que Leon se tomara las cosas con calma.
— ¿El veintitrés? Y volverán el día siguiente, ¿verdad? —Dijo él con de manera irónica.
Ya, eso era todo, si Leon comenzaba a ser irónico era mala señal en todo sentido.
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Besos de Mariposa
RomanceCharlie es un reconocido chef que lo tiene todo: negocios propios, casa, dinero y una atractiva esposa. Pero luego de cumplir sus treinta y dos años se da cuenta de que hay sólo una cosa que le hace falta: hijos. Sin embargo, su veinteañera esposa n...