Capítulo Diez

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Charlie se despertó temprano, muy temprano. No sólo era el cambio de horario lo que lo había mantenido en vela la mayor parte de la noche sino toda esa sensación de adrenalina dentro de sí, como cuando vas subiendo en una montaña rusa y sabes que vas a llegar a la cima y después vas a caer rápido, muy rápido, y no podrás evitar gritar de emoción.

Pero al fin el día había llegado y Charlie sentía los gritos de emoción dentro de sí, luchando por salir y hacerse presentes.

Ya llevaban ahí dos días, dos tediosos días en los que habían ido de un lugar a otro de la ciudad con Page apresurándolos constantemente, llenando formularios, firmando una cosa y otra, dando uno que otro cheque. Habían estado tan ajetreados que el veinticuatro les había pasado de largo, con apenas una cena compartida entre Jane y Charlie en el restaurante del hotel, con unos incesantes mensajes haciendo sonar sus teléfonos a cada rato, deseándoles una bonita Navidad desde el otro lado del mundo.

Se vistió en silencio en cuando se fastidió de ver el techo en la oscuridad. No pudo evitar las sonrisas nerviosas que se le escapaban de vez en cuando y así, sonriendo, encendió la cafetera sentándose justo enfrente para observar cómo el agua caliente se teñía y caía en el recipiente de vidrio que parecía sudar.

En ocasiones normales, hubiera encendido el televisor, pero la noche anterior, intentando calmar la emoción, lo había intentado un par de veces obteniendo siempre el mismo resultado: fastidio al no entender ni una sola palabra. Sus breves e intensivas clases de chino por internet no habían surtido efecto.

Bebió el café a sorbos pequeños mirando desde su ventana la ciudad que despertaba con los primeros rayos de sol y sonrió de nuevo, cautivado por la multitud de gente que se arremolinaba en las calles como un gran hormiguero.

Después de dos tazas de café, Charlie se volvió un torbellino en potencia, así que decidió tomar la cámara de video y  dirigirse a la habitación de Jane, que estaba justo a un lado de la suya.

Charlie aporreó la puerta con fuerza durante algunos segundos con toda la intención de molestar a su amiga y no pudo contener la risa cuando, del otro lado de la puerta, escuchó un gruñido seguido por un gran golpe.

– ¡Jane!—Gritó el hombre completamente divertido. — ¿Estás bien?

—Sí, sí—dijo ella fastidiada abriendo la puerta—. Sólo que todo los muebles están tan juntitos, estos chinos ahorra espac… ¡¿Qué haces?!—Dijo apartando la cara para que Charlie no pudiera grabarla.

—Documentando el día—respondió él siguiéndola dentro de la pequeña habitación, viéndola meterse en la cama nuevamente y cubrirse el rostro con las cobijas, dejándole en claro que aún no tenía intención de levantarse.

—Tengo mucho sueño todavía—se quejó ella destapándose el rostro, pero dejándose caer entre un par de almohadas.

—Eso es porque en casa es más o menos media noche—acotó Charlie sentándose en la orilla de la cama con las piernas cruzadas.

Hubo silencio por un par de minutos, donde Charlie se olvidó por completo de que la cámara seguía encendida, hasta que Jane se la arrebató de entre las manos.—No creo que sea así como quieras que tu hija me recuerde, toda despeinada y en pijama—dijo ella intentando enfocarlo—. Saluda.

Él sonrió y agitó una mano levemente, cautivado por las palabras que acababa de escuchar: tu hija. Sí, iba a ser padre, iba a convertirse en padre ese mismo día.

—Díganos, señor Allen, ¿qué siente al saber que en unas horas tendrás una bonita hija?

—La verdad… me muero de miedo—contestó él haciendo muecas a la cámara, aunque era más que evidente que hablaba enserio.

Besos de MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora