Temporada de Carl

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     Los gritos de una bestia resonaban en la oscuridad. Eran aterradores. Al parecer había sido herida de muerte y sufría en agonía. Todo aquel que la escuchaba sentía el frío de la muerte recorrer su espalda con el filo de su guadaña e inevitablemente huían despavoridos de ese lugar, donde el fúrico animal habitaba. En realidad no era una criatura, simplemente una persona descargando su frustración en el muelle, destrozando todo cuando encontraba, todo para no matar al hombre amarrado de pies y manos, quien veía el espectáculo desde el suelo, completamente paralizado de miedo. ¿La razón? Un fallo en sus inmaculados planes, por primera vez en la historia algo se atravesaba en la perfección de sus cálculos y ponía en riesgo el más grande anhelo del ex demonio prodigio de la mafia y actual estratega táctico de la Agencia Armada de Detectives: Dazai Osamu, quien había perdido el objeto de su amor.

     "Desaparecido en acción" era el reporte oficial de la Port Mafia, pero todos sabían la verdad. Mientras él estaba fuera de combate por una estúpida bala y los hombres de Mori se mataban con los detectives, las bajas en ambos bandos no fueron equitativas, mientras la agencia conservó a todos sus miembros a salvo, más de un mafioso desapareció de la faz de la tierra, incluyendo a Nakahara Chuuya, uno de los sujetos más temidos de dicha organización.

     ¿Quién lo diría? Rampo venció al brutal criminal usando el conocimiento obtenido a través de su colega y se las arregló para encerrar al pelirrojo en una obra barata de ficción, escrita por Poe, ex miembro de Guild, dueño de un inútil mapache que robó el estúpido libro y lo extravió en algún lugar, completamente lejos del alcance de cualquiera.

     Ridículo. Absurdo.

     Así era como Dazai calificaba la situación, y aunque le pesara, Atsushi concordaba con él. El ojiazul era un excelente luchador, su habilidad estaba entre las más peligrosas a nivel mundial mientras Rampo sólo comía dulces, era completamente ilógico –desde un punto de vista racional– que lo hubiera derrotado, pero los hechos hablaban por sí mismos y ojalá el asunto se resumiera simplemente a encontrar al animal y liberar al cautivo para que el castaño regresara a la normalidad, pero no, las cosas se habían complicado.

     Todos los criminales conocedores del tema empezaron la búsqueda del maldito escrito con la intención de destruirlo para acabar de una vez por todas con la existencia de uno de los líderes más letales al servicio de la Port Mafia. Demás está decir que los miembros de ésta se movilizaron rápidamente, estaban desesperados por encontrar a quien se rumoraba sería el siguiente en la línea de sucesión al trono oscuro, pero se obligaban a ser cautelosos para no cometer errores. Dazai –completamente decidido a proteger a su príncipe– logró capturar a Poe para interrogarlo con la ayuda de su pupilo, pero el hombre era un incompetente, ni siquiera hizo falta tocarle un pelo para que contara todo cuanto sabía. Resultó que no tenía idea de donde escondió la obra su mapache, ni siquiera hallaba al mamífero. Así pues, Nakahara Chuuya estaba perdido.

     Una grave contradicción para los planes del castaño. A estas alturas, en su mente, ya deberían haberse dado el primer beso e incluso cenado a la luz de las velas, o algo así logró descifrar Atsushi en medio de toda la cantidad de sandeces recitadas por su loco mentor, quién había perdido los cabales como nunca antes –apostaba que ni siquiera en la mafia montó semejante espectáculo–: golpeaba furioso todo a su alrededor en el solitario muelle sin dejar de gritar desesperadamente, para evitar matar al causante de todo ese problema, porque si asesinaba a Poe no podría liberar a Chuuya. El peliblanco sentía pena por el extranjero, quien no dejaba de rogar en susurros para que Carl estuviera a salvo.

     –¡Es tu animal! Debes conocer sus hábitos, ¡piensa! Si Rampo tuviera una mascota nunca la perdería –gruñó el ex mafioso, jalando por enésima vez su cabello–. ¡Juro que si lo encuentro lo desollo vivo! Esto interfiere con el plan. ¿Dónde está Chuuya? –lloriqueó, desplomándose por fin en el suelo. Era patético verlo ahí sentado con los brazos rodeando su cuerpo en pose protectora, sus sollozos intermitentes provocaban lástima, una irritante sensación que no procedía de un verdadero sentimiento de empatía–. ¡Chuuya, te necesito!

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