- 3 -

44 3 5
                                    

El rostro de Jesús estaba mirando hacia su dirección, Ruth sintió una punzada tan débil que apenas y se pudo percatar, las cortinas rosadas se movían de lado a lado como la melodía que sonaba. La virgen lloraba al ver a su hijo crucificado, Ruth no dejaba de ver ese hermoso cuadro, la hacía sentir tan débil ante los ojos de dios, deseaba gritar y pedirle que la transfigurara, deseaba pedirle su ayuda. Ella sabía que no estaba haciendo lo correcto y odiaba sentirse así.

Su padre comenzó a sobarle el hombro al notarle unas cuantas lagrimas derramarse sobre sus mejillas.

-Todo estará bien, mi pequeña.

Ruth se reincorporo, extendió su largo velo de seda y salió de la iglesia, el viento soplaba con más lentitud, las hermosas rosas apenas se hacían a un lado. El cielo pintaba de un color azul celeste, el sol se ocultaba bajo las nubes. Hoy se diría quien poseería la máscara, pero Ruth no tenía miedo de saber la respuesta, paso su delgada mano por el tirante de su vestido y comenzó a juguetear con el mientras camina hacia la camioneta negra.

Llévame a esta dirección –ordeno mientras le entregaba un papel doblado al chofer.

El camino fue más rápido de lo que esperaba. La camioneta se estaciono en el Jovoy Paris, Remi la ayudo a bajar y la espero pacientemente dentro de la camioneta.

-No tardare mucho rem.

El sonido que los tacones de Ruth provocaban, alerto la atención de Dominika, la empleada más joven de todas, su rostro estaba sin un toque de maquillaje, su vestido era el más sencillo que había visto Ruth, con un par de arrugas en la parte baja de los hombros. La dulce Ruth le regalo una gran sonrisa mientras viajaba a otro mundo con todos los deliciosos aromas que había por oler. A simple vista Ruth daba la impresión de ser una duquesa de parís, vestida con finas telas y una suave capa de maquillaje y sin olvidarnos del delicioso aroma que desprende al moverse de lado a lado.

-Fleurs sauvages, mi favorito. –soltó Dominika mientras sostenía un tubo de cristal.

Ruth la miro de pies a cabeza, notaba como la chica se ponía nerviosa y apretaba aún más el tubo de cristal, temía que fuera a romperse en cualquier momento.

-Le mien aussi, c'est un arôme exquis. –Ruth volvió a oler la pequeña tapa del frasco y sintió una oleada de paz y divinidad. –me gustaría llevarme dos de estos por favor.

Dominika tomo dos de los frascos y le pidió que la acompañara al mostrador.

- Paiera avec carte ou argent –Pregunto Ruth mientras miraba lo hermosos que eran sus aretes.

- Carte s'il vous plaît –Ruth saco la tarjeta de crédito que más dinero poseía y se la entrego con amabilidad.

Ruth tomo sus cosas y salió de la tienda, un par de franceses se quedaron anonadados ante la belleza que explotaba, uno de ellos divago uno de sus mejores momentos sexuales, otro la imagino enfrente de él tomando una copa de vino en el sacred flower. No había ningún hombre que se resistiera a sus encantos.

-Mademoiselle, votre père vient de m'informer qu'il attend d'urgence chez vous. –alerto remi mientras abría la puerta de la camioneta.

-¿Ya los han anunciado? –pregunto Ruth con curiosidad.

-Aun no.

La camioneta acelero con gran velocidad, remi hizo caso omiso a las señales de tránsito, la espera estaba matándola, como aquella vez en la que tenía 8 años Ruth no paraba de rasguñar su banca escolar, quería llegar a casa y poder abrir los regalos que su padre le tenía por el día de su cumpleaños. Las calles de parís estaban despejadas, salvo por unos cuantos turistas que se retrataban en cualquier esquina.

-¡Papa! Enciende el televisor ahora. –grito Ruth mientras dejaba las pequeñas bolsas en el sofá de color marrón que habían comprado hace dos años en Japón.

El gran televisor de 98 pulgadas se había encendido mostrando a la pequeña y desarreglada chica del clima, su pantalón negro le ajustaba a la medida, su gran trasero era lo que más se notaba. Ruth odiaba ver a esa chica, odiaba ver a cualquier chica que deseara llamar la atención de los hombres. Decía que eran unas putas rameras.

La chica del clima desapareció, el televisor proyecto una nueva imagen, enfrente de un gran foro se encontraba el científico Orso, un hombre de cabellera castaña y de complexión robusta, tenía los ojos tan pequeños que en un parpadeo se perdían. Alado de él estaba Meghan la joven sexy de las noticias, con un peinado más falso que sus chismes mañaneros.

-El científico orso, ha creado una inigualable obra maestra, desde hace un par de meses se corrió el rumor sobre esto. ¿Por qué no nos explica un poco más doctor orso?

-Hemos creado un pequeño artefacto que puede cambiar la vida de cualquiera, más que una necesidad es un lujo. La máscara es un artefacto que debe manejarse con cuidado es por eso que las versiones betas se han dado a los ciudadanos más ejemplares.

Los minutos pasaban, el científico orso no paraba de decir falacias que hacían poner de malas al señor Adrien, Ruth había ido por un yogurt a la cocina, con pasos lentos volvía a sentarse en el sillón. Cuando lo último que pudo escuchar fue:

-Il s'appelle Ruth Baudin

Su corazón se detuvo, el pequeño vaso de cristal se hizo añicos al aterrizar en los finos azulejos de color blanco. Sintió como bombeaba su sangre, su rostro se pintó de color rosado, las mejillas le ardían y de nuevo sintió el deseo recorrer sus venas.

-¡Lo has logrado! –grito su padre mientras corría hacia ella. 

La MascaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora