Mis párpados comenzaron a abrirse lentamente. Sentía un dolor punzante atrás de la cabeza, como si me hubiesen pegado con un bate de béisbol. Podía sentir el sudor en mi frente y debajo de mis bazos. El calor en el lugar era sofocante.
Intenté mover los brazos, con la intención de sacarme la camiseta, igual de arrugada y sudada. Fue ahí cuando me di cuenta que mis muñecas estaban fuertemente atadas contra el respaldo de mi silla. La cuerda era gruesa y rasposa. De seguro tenía las muñecas en carne viva. Lo sé porque puedo sentir como me arden cuando quiero forcejar. En vano.
La habitación en donde me encontraba estaba oscura. Tardé un par de minutos en acostumbrarme a la escasa iluminación. Mis ojos comenzaron a visualizar los objetos de mi entorno. No había demasiado que ver realmente. Me encontraba en lo que debería ser una bodega abandonada.
Había una puerta al fondo a la izquierda. Parecía de esas que se ven en las prisiones de las películas; grande, de metal, con una pequeña ventanita en la parte superior. Por más que me liberara, sería imposible para mí derribarla. Primero me dislocaría el hombro antes de hacerle un rasguño a aquella cosa.
Giré mi cabeza, observando a mí alrededor. Lo único que pude visualizar eran unas correas que colgaban en unos ganchos amurados a la pared y una mesa de madera maciza frente a mí. El resto del lugar estaba vacío, cubierto por una gruesa capa de polvo. Un ventiluz de 15x30 centímetros en la esquina superior derecha era lo único que impedía que me sumergiera en la penumbra total.
Luego de la confusión inicial, vino el pánico.
"¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Quién o quienes me trajeron a este sitio?"
Mi cabeza daba vueltas. En situaciones así, la mente formula las teorías más locas y descabelladas. Mi corazón estaba latiendo deprisa. Mi primer instinto fue la pelea. Con dolor, forcejé e intenté zafarme de las cuerdas que me aprisionaban. Cuando eso no resultó, intenté ponerme de pie aun con silla y todo. Imposible. Mis tobillos también habían sido amarrados contra las patas de esta.
Luego usé el peso de mi cuerpo, inclinándome hacia un costado. Quizá, al volcar la silla, pudiera liberar mis piernas. Fue ahí cuando me di cuenta. ¡Esta maldita cosa estaba aferrada al suelo! Miré hacia abajo topándome con unos gruesos tornillos que fijaban el mueble al piso de concreto.
"Estoy jodido." Dije para mis adentros.
Sin posibilidad de resistencia, mi segundo instinto fue pedir ayuda. Grité, con la esperanza de que alguien del exterior me escuchara. Pedí ayuda, dije mi nombre, rogué una y otra vez que me desataran. Incluso deseé que llamara la atención de alguno de mis captores. Prefería cualquier cosa antes de morirme de hambre y sed en este lugar. Lo único que recibí fue un silencio ensordecedor.
Luego del trigésimo intento por pedir ayuda, me di por vencido. Tenía la garganta destrozada y mis labios estaban secos. Necesitaba un vaso de agua. Tragué saliva con dificultad. Aún tenía esperanzas de que alguien viniera a socorrerme. De seguro mis amigos habrán notado mi ausencia en el trabajo. De seguro habrán intentado contactarme sin resultados. Habrán ido a mi apartamento, lo habrán encontrado vacío. Seguro que acudirán a la policía y en este momento habrán iniciado mi búsqueda. De seguro mi cara estará en algún noticiero, preguntando sobre mi paradero.
Aunque, pensándolo fríamente, no sé qué hora es ni cuándo fue la hora de mi captura. No estoy seguro de que mis amigos noten mi desaparición. Son solo colegas del trabajo, jamás han estado en mi departamento y yo tampoco les he dado la dirección. Quizá tengan que pasar días antes de que descubran algo no anda bien y den la alarma a las autoridades. O quizá ni siquiera les importe realmente.
ESTÁS LEYENDO
El Escorpión Negro
Misterio / SuspensoUn secuestro a plena luz del día. Una víctima mucho más inteligente de lo que aparenta. Un asesino en serie que no dejará nada al azar.