Segunda Parte [Encierro]

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Cuando cayó la noche, el secuestrador abrió la puerta. Dejó sobre la mesa un abundante plato de comida de pollo y arroz junto con una botella de agua. Raúl intentó hacer preguntas, hablar, entablar algún tipo de conversación con la esperanza de generar empatía en su captor. Sin embargo, el secuestrador solo se mostraba comunicativo para darle ordenes como << Estate quieto >>, << Si te resistes, te mato >> o palabras similares, siempre haciendo uso de la voz computarizada.

El secuestrador no lo desató. Con un tenedor le dio de comer y con un sorbete le dio de beber. Luego, colocó sobre la mesa un pequeño bolso negro. Raúl no se había percatado del objeto hasta que estuvo frente a sus ojos.

El secuestrador introdujo su mano en el interior del bolso, sacando una pistola negra. Raúl observó el arma con ojos temerosos.

— Entonces... ¿Esta era mi última cena? — dijo con voz temblorosa.

El secuestrador apuntó hacia el techo y disparó. Raúl cerró los ojos ante el estallido en sus tímpanos. Luego miró hacia arriba, observando el agujero que se había creado en el techo.

Sin decir nada, el secuestrador puso una correa alrededor del cuello de Raúl. Esta tenía una longitud de dos metros y contaba con un pequeño candado el cual fue cerrado con una llave. Raúl observó que esa llave colgaba del cuello de su captor como un collar el cual guardó bajo su sudadera un segundo después.

"Así que para esto eran aquellas correas." Razonó el hombre.

— Iras al baño. — Indicó con el dedo hacia la puerta.

Fue entonces cuando Raúl comprendió. A falta de un inodoro, su captor se veía obligado a sacarlo de la bodega. La correa evitaba que él saliera corriendo cuando el enmascarado abriera la puerta metálica. Por otro lado, el arma era una medida de seguridad. Si Raúl intentaba abalanzarse contra su captor, él o ella le pegarían un tiro. El disparo al techo había sido una advertencia.

Como fue previsto, su captor lo desató. Aunque solo fueron los pies. Sujetándolo del brazo, lo condujo hacia la puerta. Raúl observó como el enmascarado abría la puerta con la mano izquierda mientras que, con la derecha, le clavaba el arma en la espalda.

Raúl salió a callejón. La frescura de la noche lo golpeó en el rostro. Sintió alivio por un momento, pero no tuvo mucho tiempo para relajarse. El enmascarado le indicó que siguiera caminando. El lugar estaba rodeado de paredes altas de ladrillo descubierto. Pudo observar una estrecha franja de cielo nocturno entre ambos edificios. A juzgar por la bodega y el inmenso edificio de enfrente ese lugar debió de ser una antigua fábrica, ahora abandonada, y la bodega un antiguo almacén donde se guardaban las mercaderías.

Raúl tragó saliva. Eso explicaba el porqué de que sus gritos no habían sido escuchados.

Siguieron caminando un par de metros por el estrecho corredor que comunicaba ambas edificaciones. Luego el enmascarado tiró de la correa, haciendo que Raúl se detuviera.

— Derecha. —indicó la voz electrónica.

Raúl miró hacia donde le dijeron. Había una puerta de madera la cual había sido casi destruida por culpa del moho y la humedad. Raúl empujó la madera con el pie, revelando un pequeño baño de servicio. Contaba con lo esencial; un inodoro, un lavamanos y un dispensador de papel.

— ¿Esperas que mee con los brazos atados tras la espalda? —se quejó el hombre con fastidio. No se molestó en dirigirle la mirada a su captor.

El enmascarado sacó de uno de sus bolsillos una navaja y cortó las cuerdas. Rápidamente tomó distancia, sosteniendo la correa en todo momento mientras que con su mano libre le apuntaba con el revolver directo al torso.

El Escorpión NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora