Capítulo 1

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Las almas vagan, crecen, envejecen y se desaparecen, pero como el murmullo del soplido de una respiración, vuelven a nacer. Una antigua leyenda relata  que las almas errantes de amantes  siguen buscando en el tiempo,  el eco de un amor que nunca perece, no muere ni desaparece.

Emma estaba nerviosa, esperando con ansias frente a la biblioteca. Su novio, Norman Ratri, debía llegar pronto. Norman era un tipo serio, frío en su manera de ver el mundo, casi siempre desapegado de todo... excepto de ella. Con Emma, todo era diferente.

—¿¡Cómo que no vendrás!? —gritó Emma, furiosa, mientras sostenía su teléfono con fuerza.

—Lo siento —respondió Norman con su voz suave y calmada—. Hubo un problema con las agujas este mes, y tengo que contarlas una por una.

—¿¡Qué!? —Emma no podía creer lo que oía. Contar mil agujas suena como una tortura, pero para Norman, los números y los detalles eran su vida.

—De verdad lo siento, Emma, pero debo irme… —dijo Norman antes de colgar.

En menos de cinco segundos, la voz de Norman se desvaneció, reemplazada por el tono monótono de la llamada finalizada: "beb, beb, beb". Emma bajó lentamente el teléfono, sintiendo cómo la decepción la invadía. Había estado tan emocionada por pasar tiempo con él, y ahora todo se había desmoronado en un instante.

Sabía que Norman no lo hacía a propósito, pero a veces, su obsesión con los detalles y su incapacidad de dejar de lado su trabajo la frustraban. Emma miró la biblioteca, que ahora se sentía más vacía que nunca. Las palabras de Norman seguían resonando en su cabeza, mezcladas con el eco del "beb, beb, beb".

Suspiró, preguntándose cuánto tiempo más podría aguantar esta parte de Norman, donde siempre era su mente la que ganaba sobre su corazón.

El fruto del amor 
nacido de ambas almas… 
Hizo que los dioses, en su infinito asombro, 
se sumergieran en profundas reflexiones, 
admirando la unión sagrada 
que desafió incluso las leyes del destino.

Emma se sintió realmente tonta. Pensó que podría ser la novia de alguien tan popular, rico y siempre ocupado como él. La tristeza la invadió al darse cuenta de que quizás se había engañado a sí misma. Pero también sabía que deprimirse no la llevaría a nada bueno; solo la haría sentir peor, y eso era lo último que quería.

Aunque sonara un poco raro, a Emma le encantaba dibujar a las personas que veía caminar por las calles. Le ayudaba a despejar la mente y a olvidarse de sus problemas, al menos por un rato. Mientras estaba sentada en la escalera, ahuyentó a las palomas que parecían querer hacerle compañía. "Al menos ellas están aquí para mí", pensó con una leve sonrisa.

Miró a su alrededor, buscando inspiración. Necesitaba un buen modelo para su próximo dibujo, algo o alguien que la motivara a crear algo especial. De repente, se le ocurrió una idea: la biblioteca. Era el lugar perfecto, lleno de personas concentradas en sus libros, sentadas durante horas sin moverse mucho. Además, siempre había alguien interesante para dibujar.

Decidió entrar en la biblioteca, sintiéndose un poco más animada. Quizás no podía controlar lo que pasaba en su vida amorosa, pero sí podía sumergirse en su pasión por el arte. Mientras caminaba entre los estantes de libros, con su cuaderno y lápiz en mano, Emma empezó a sentirse mejor. Sabía que, aunque todo lo demás pareciera complicado, siempre tendría el arte para expresarse y encontrar un poco de paz.

Los dioses, envidiosos, 
tan consumidos por los celos, 
partieron en dos los resplandecientes frutos del amor, 
dividiendo su luz y su esencia, 
destinando su belleza a la eterna separación.

Dibujame•EN CORRECCIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora