Yuugo estaba inquieto después de hablar con su hijastro Ray y verlo irse con Emma en ropa de gala. Algo en su interior le decía que las cosas no iban a salir bien esa noche. Sentía un presentimiento extraño, una sensación de que algo estaba por explotar.
—¡Ayúdame, no tengo dinero! ¡Eres su maldito padre, por amor de Dios! —gritaba una mujer rubia, desesperada, con lágrimas corriendo por su rostro. Era alguien que Yuugo deseaba poder olvidar por completo, alguien de un pasado que trataba de enterrar.
—¡No lo sé! ¡Nunca me acosté contigo! —respondió Yuugo, lleno de angustia y confusión. Su vida ya era lo suficientemente complicada: una esposa que amaba, un hijastro que no era suyo pero al que había aprendido a querer, y ahora esta mujer volviendo a su vida, intentando complicarlo todo aún más.
—¡Ayuda con la manutención, idiota! —le gritó la mujer, agarrándole del cuello de la chaqueta con desesperación. Yuugo se zafó de su agarre, su corazón latiendo rápidamente mientras intentaba mantener la calma.
El sonido del timbre del teléfono de la casa lo sacó de sus pensamientos y recuerdos. Se pasó una mano por la cara, apartando un mechón de cabello de su frente, y suspiró con pesadez antes de tomar el teléfono. Se sentía agotado, física y emocionalmente. Últimamente, no podía dormir bien y se notaba en sus ojeras y su mirada perdida. Rogaba que la llamada fuera de Isabella, su esposa, o tal vez de Emma, aunque sabía que esa probabilidad era baja. Llevaba semanas intentando contactarse con Diana, la madre biológica de Emma, pero ella no respondía.
—Residencia Yoshino, habla Yuugo Smith, ¿en qué puedo servirle? —preguntó con voz firme, aunque por dentro sentía una mezcla de tensión y esperanza.
—¿Cómo está Emma? —preguntó una voz femenina al otro lado de la línea. Yuugo se quedó helado. Era Diana. Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Esa voz siempre lograba ponerlo nervioso, y no en el buen sentido. Había algo en ella que lo incomodaba, un tono frío y calculador que le hacía recordar por qué había tratado de alejarse de ella desde el principio.
—Emma está bien, gracias por preguntar después de meses —respondió Yuugo, tratando de mantener la calma. Odiaba lo poco que le importaba Emma a Diana, y cómo solo se acordaba de ella cuando le convenía.
—Necesito que la tengas un tiempo más. No puedo hacerme cargo de ella en este instante —dijo Diana con total indiferencia. Yuugo apretó los dientes, conteniendo su frustración. Era la misma excusa de siempre: responsabilidades, trabajo, cualquier cosa que la liberara de su rol como madre.
—Acaba de salir con Ray, pero puedo ir a buscarla si quieres hablar con ella. Ella te extraña —ofreció Yuugo, intentando que Diana mostrara al menos un poco de interés por su hija.
—¿Con el hijo de tu esposa? Ten cuidado con eso. Además, no hace falta que la busques. Tengo un informe que entregar para mañana, así que no puedo hablar. No te olvides de comprarle sus pastillas, o te dará problemas. Y vigila que ese chico Ratri no se le acerque —cortó la llamada bruscamente, sin darle tiempo a Yuugo de responder.
Yuugo se quedó quieto, con la cabeza gacha, aferrándose al borde de la pequeña mesa donde estaba el teléfono. Suspiró y volvió a su oficina, tratando de calmarse. Sentía un peso enorme en el pecho, como si toda la responsabilidad del mundo recayera sobre él.
Mientras se sentaba frente a su computadora, buscaba inspiración para su nuevo libro. Estaba trabajando en un personaje secundario para su novela de romance, pero no lograba concentrarse. Los recuerdos de Diana seguían invadiendo su mente, especialmente cómo se habían conocido y lo complicada que había sido su relación. Diana siempre había sido una mujer difícil: obstinada, temperamental y, a menudo, insensible. Recordó los tiempos en los que ambos trabajaban juntos en una revista en París. Yuugo era escritor, y Diana era fotógrafa. La conoció cuando su vida era completamente diferente, antes de casarse con Isabella y formar una familia.
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Dibujame•EN CORRECCIÓN
FanfictionÉl la odia, no, la detesta con toda su alma. Siempre lleva ropa que le parece espantosa y no puede soportar cómo habla, como si no tuviera educación. Para él, ella es una inculta y desaliñada que no merece su respeto. Por otro lado, ella lo odia, o...