Capítulo 1. A mí Principito

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Había terminado de leer un poco del principito, y mis pensamientos volaron muy rápido después de eso. Ya va una semana desde que lo leo, y aún así no se responden mis respuestas, ¿Por qué una rosa? ¿Que las hace tan especiales?

-¿Y por que no?- dijo el principito bajando de una montaña, lo mire algo molesta.

-Las rosas son comunes, ¿Quién querría una?- le espeté, el me miró algo curioso.

-Yo tengo una, y la quiero- dijo sin más, y mi corazón dio un pequeño vuelco, agache la mirada algo triste.- las rosas son especiales- continuó- hay muchas alrededor de distintos planetas y galaxias, pero solo las más importantes son dignas de adorar. Por eso amo a mi rosa.- comencé a arrancar el pasto que tenía a mis costados.

-¿A qué te refieres con muchas rosas?- le pregunté confundida, el rió.

-Las amistades más importantes son las que, aunque la distancia los separe, siempre se recordarán y encontraran una manera de estar juntos. Por eso amo a mi rosa- repitió muy feliz- ¿Tu tienes alguna rosa?- preguntó, yo me quedé pensando.

-¿Amistad? ¿Entonces tú y tu rosa son solo amigos?- pregunté, el frunció el seño algo ansioso.

-¿Tienes alguna?- volvió a preguntar al escuchar tanto silencio. El no dejará sin responder su pregunta, pero aún así, no tengo una respuesta. No sé qué responder.- ¿Tienes una?- insistió.

.

Abrí los ojos lentamente y observé el pésimo estado en el que me había dormido; encima de un escritorio, con la cabeza incómodamente girada a la izquierda, mi mano aún con el lápiz en el cuaderno, y mis pies cruzados por el frío.

-¿Qué hora es?- me levanté aún sin poder sentir mi cuello, tome mi celular e intenté encenderlo, estaba apagado. Abrí mi ventana y el frío viento golpeó mis mejillas, expulsé el aire caliente de mis pulmones y observé las calles desiertas, todo estaba oscuro, debían ser las cuatro o cinco de la madrugada.

La batería de mi celular estaba muerta, mi alarma lo había descargado de tanto sonar. Organicé los cuadernos de mi escritorio, y debajo de ellos había una pequeña carpeta color azúl. La observé distante, cerré la ventana y me senté nuevamente.

Abrí la carpeta que sostenía con un clip unas hojas arrugadas y amarillentas, incluso desgastadas en las orillas. Ojee cada una de ellas y me detuve a observar una en específico. Toque con suavidad los finos trazos de un tierno dibujo.

Era realmente extraño este apego que me había generado la simple imagen de un niño pequeño con cabello de oro y una mente y pensamiento inimaginable, cosas en las que realmente me fijé y ame enseguida.


El por qué amaba al principito era algo que ni yo entendía, pero provocaba en mi algo tan profundo que era muy extraño de explicar. Y de alguna forma extraña sentí algo de envidia por la rosa, esa rosa, su rosa, aquella que ocupaba sus pensamientos, y molestamente los míos también.

Aquella rosa que solo tenía cuatro espinas para defenderse, ¿De quién?, No lo sé con exactitud, pues no había nadie en aquel planeta desierto más que mi principito y aquellos volcanes, dos activos y uno apagado. Solo estaba mi príncipe, solo él, pobre de él.

Supongo que sí le cuento esto a alguien pensaran que estoy loca opinando sobre un personaje ficticio, hablando de el como si de verdad fuera de carne y hueso, tal vez digan que estoy loca, tal vez si lo este.

Pero desde que lo leí, el principito ha aparecido en mis sueños cada día sin falta, jamás me hablaba, solo me observaba con esos grandes ojos azules, tan bellos, tan profundos, tan extraños, tan curiosos; solo pensar en ellos me hacía sentir feliz. Cada día me llenaba de paz y adormilaba mis intranquilos pensamientos. A pesar de que siempre sonreía, en su rostro habitaba nostalgia, seguramente pensando en su rosa, esa caprichosa rosa a quien anhelaba.

Alguna vez, PrincipitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora