Capítulo 1

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 El alba acariciaba con delicadeza las hojas del color del fuego, desperdigadas en el suelo, mientras que la ventisca otoñal azotaba los árboles despojándolos del poco follaje que aún les quedaba, haciendo caer una lluvia de colores cálidos sobre la chica de cabellos rojizos danzantes al viento y el chico de cabellera rubia que se entretenía diciendo cosas sin sentido, perdido en la mirada verde de ella.

La cantarina risa de Anna se hizo oír por encima del estruendo del viento, cuando la barba de Kristoff le hizo cosquillas al acariciar con suavidad y ternura su cuello.

—Basta, Kristoff... van a escucharnos— dijo ella con sigilo, mirando de un lado a otro, esperando ver a algún guardia del castillo aparecer.

En realidad, nada malo estaban haciendo, sin embargo, el hecho de que Elsa hubiese estado cada vez mas pendiente de su relación ponía nerviosa a Anna, quien había propuesto a Kristoff que sus citas fueran a horas algo complicadas.

Tener a los guardias del castillo con sus miradas de alcon sobre ella y su novio no era lo más cómodo cuando él era alguien tan gracioso y cariñoso... El mismo chico del que nunca creyó enamorarse y de quien, después de un tiempo, quedo totalmente prendada.

—Anna, ¿no crees que sea hora de decirle a tu hermana que ya basta? estoy algo... cansado de tanto sigilo— comentó él, recuperando la compostura.

Ella guardo silencio durante un momento y luego, dijo (algo insegura):

—No lo se... Tal vez ella tenga alguna buena razón.

—¿Cómo cual? —quiso saber él. Y al mismo tiempo que preguntaba, se entretenía acariciando los suaves rizos pelirrojos del cabello de Anna, que caían libres y se hubiesen entremezclado con los tonos otoñales que abundaban en el suelo, de no ser por la manta que se extendía debajo de ellos.

—No tengo idea— se sinceró ella— después de todo, Elsa es aún un gran misterio. Lo único que sé es que me quiere demasiado como para hacer esto solo para causarme molestias... ella no es así. Solo es que... se preocupa por mí.

—Entonces tal vez debas hacerle caso— sugirió Kristoff, con un extraño tono de voz que iba desde la broma hasta la severidad de una afirmación.

—¿A qué te refieres?

—A que deberías ir a tu habitación y quedarte ahí hasta que ella te de la oportunidad de salir a verme—esa vez si que se distinguió que se trataba de una broma.

—¡No seas ridículo!— rió Anna, y acarició con las puntas de los dedos, la rubia barba que llevaba un par de días sobre la mandíbula de Kristoff— ¿Y perderme esto? No lo creo.

El cabello dorado de él, resplandecía a la pálida luz que les brindaba el amanecer y el frescor era el suficiente para que de sus bocas se levantaran fantasmas de vaho cada vez que decían algo.

Las manos de Anna estaban heladas cuando Kristoff las sujeto, pero lejos de soltarlas al sentir ese tacto congelado, el chico se llevo una a los labios y depósito en ella un delicado beso. Un nudo se formó en su garganta, al recordar aquel mismo tacto glacial cuando en el corazón de Anna habitaba el hielo que Elsa por accidente había incrustado.

Kristoff recordó, cuan asustado se había sentido al pensar que no habría manera de salvarla; cuán celoso se había puesto al imaginar a Anna en los brazos del chico con el que ella -en ese tiempo-estaba comprometida; y finalmente, que tan doloroso había sido dejarla en el castillo e irse sin más.

Recordó el dolor al ver que era demasiado tarde, al ver las manos de Anna volverse del color celeste del hielo, al ver sus ojos cristalizarse junto con su vida y la última bocanada de aire saliendo de sus labios de cristal.

El hielo también quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora