Capítulo 3

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*Un mes después*

Las manos de Kristoff, que con el tiempo se habían vuelto duras y rugosas por las ampollas que habían traído consigo su duro trabajo con el hielo, estaban reposando sobre el mostrador de cristal de la joyería.
Junto a él, Olaf señalaba diferentes anillos que le gustaban cada cinco segundos, mientras que Kristoff creía que nunca encontraría el anillo indicado para Anna. Lo que sucedía era que él la conocía tan bien... sabía que era sencilla y nada superficial, así que una joya exagerada no era la mejor opción.
Seguramente tardaron más de una hora en salir de ahí, y para entonces, Kristoff estaba hecho un manojo de nervios.
—¿Y sabes que es lo que le dirás cuando se lo pidas?— preguntó Olaf, saltando por el camino helado.
Entonces, el chico se detuvo.
—¡Demonios! Olaf, no tengo idea de que es lo que debería decirle.
—Tal vez deberías de pensarlo— comentó el hombre de nieve, risueño. Caminando con prisa por la calle.

La noche llegó a arrasar la luz del día, —Bien... Anna, ¿quisieras ser mi esposa?— preguntó Kristoff, incándose frente a Sven, quien siguió comiendo paja con tranquilidad
—No— se respondió a sí mismo con la voz del reno.
—¿Qué te pasa amigo? ¡No me ayudas!, ¿sabes?
—Solo estoy tratando de que sepas como actuar en el peor de los casos— se recriminó con la voz de Sven.
—Amigo, ese nunca fue el punto... Tenías que ayudarme. Esto no es mucho apoyo moral que digamos.
Esta vez la voz de Sven se quedó callada, al oír unos pasos acercándose.
—¿Kristoff?— preguntó la recién llegada Anna.
—¡A-Anna! Creí que nos veríamos más tarde para el picnic...—dijo, quitándose el gorro de la cabeza—En un lugar más... ¿romántico?
—Si, yo también es solo que Elsa... En realidad es una larga historia, el caso es que no podría asistir a nuestra cita de hoy, así que salí a buscarte...—explicó la chica, pero al momento se detuvo mirando fijamente a Kristoff— ¿por qué estas arrodillado ante Sven?—preguntó, conteniendo la risa.
—Ah... bueno yo…—el chico se rascó la cabeza con nerviosismo—estaba abrochando su arnés…
Anna asintió con la misma sonrisa reprimida.
—¡Hey! Kristoff, estaba pensando que si no puedo ir más tarde a nuestra cita, podríamos adelantarla, ¿no?
—Si—respondió, pero tan pronto lo hizo, volvió a mostrarse nervioso—Aguarda, ¿hablas de ahora?
—Mmm ¿si? Salvo que haya algún inconveniente— dijo tímidamente Anna.
—¿Inconveniente? ¡No!—dijo levantándose apresuradamente y sacando una canasta de picnic de la parte trasera del trineo que tenía atado Sven —¿Qué inconveniente?— tomó una manta del interior de la canasta y la puso en el suelo—¿Quisieras sentarte?—le ofreció, sonriente.
—¡Oh! gracias—exclamo al mismo tiempo que se sentó y saco un sándwich de la canasta.
Kristoff se sentó a un lado de ella. No sabía como lucía por fuera, pero por dentro era un manojo de nervios ya que sabía que cada vez que pensaba en proponerle matrimonio, su lengua lo traicionaba.
Durante un rato estuvieron charlando, acerca de lo linda que estaba la tarde y cosas por el estilo, aunque el chico por más que intentaba, parecía bastante distraído, lo cual preocupó un poco a Anna.
—Kristoff, ¿pasa algo?
—¿Por qué lo preguntas?—dijo él, volviendo a ponerse tenso de nervios.
—Solo es algo que he notado... Hoy estás distinto—al decir estas palabras, la princesa le acarició el cabello y acto seguido le dedicó una triste mirada. Le atormentaba el pensar que tal vez los sentimientos de Kristoff hacia ella hubiesen cambiado— Tal vez no sea nada, solo mi imaginación. Sabes que aveces soy algo nerviosa. Oye, tal vez debería de irme—terminó tristemente y se levantó.
Al instante, el chico se dio cuenta de que postergar el momento no había sido lo ideal.
Se levantó y corrió tras su chica, quien ya iba caminado unos metros fuera del establo.
—Anna, espera—dijo, al sujetar suavemente su mano, impidiendo que ella siguiera caminando y haciendo que la chica le mirara—Si, sé que he estado extraño el día de hoy, pero te juro que no es nada de lo que piensas.
En la altura, la luna le anunciaba que a cada segundo se hacía más tarde. Era ahora o nunca. Tomó aire, se dijo a si mismo que contuviera los nervios, tomo la otra mano de la chica y le sonrió.
—Bueno… yo… Anna, quería darte las gracias por todos los momentos que hemos pasado juntos, y todos han sido tan buenos que… bueno ah son… —«Al punto, Kristoff» se dijo a su mismo—Anna, te amo y no quisiera hacer otra cosa en mi vida más que hacerte feliz cada día.
Se dio un tiempo para respirar y arrodillarse sobre la fría nieve, sacando el anillo de su bolsillo— Anna... ¿te casarías conmigo?
La princesa abrió los ojos como platos y se quedó callada tanto tiempo que Kristoff creyó que lo único que recibiría sería un rotundo NO,  pero para su sorpresa, un instante después, una sonrisa se dibujó en el rostro de ella antes de abalanzarse sobre él.
—¡Por supuesto!— respondió con entusiasmo y clavó un beso en los labios de su prometido. Él se levantó, y aún sin despegarse del suave beso de Anna, insertó el anillo en el dedo anular de ella, quién sonrió contra su boca al sentir el frío aro de metal que adornaría su mano por el resto de su vida.

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El hielo también quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora