5

1.2K 150 21
                                    

La vida en ese lugar era dura... tan dura y cruda que Steve muchas veces se preguntaba si algún día realmente podrían salir de ahí.

Había logrado armar un pequeño hogar para él y el pequeño Ian en un galpón abandonado donde las vigas de hierro solían crujir durante las noches de tormenta y los muros de concreto muchas veces no eran lo suficientemente gruesos para protegerles del frío.

Ian había crecido mucho en estos últimos tres años y ahora se le podía ver parloteando y jugueteando por todo el lugar con la inocencia de su corta edad. Su vida no era fácil pues muchas veces Steve había tenido que colocar una pequeña cuerda a su tobillo cuando tenía que salir a cazar o conseguir agua, la cuerda era lo suficientemente larga para permitirle curiosear y jugar con los poquísimos juguetes que el rubio había logrado hacerle, como un pequeño carrito tallado en la madera de un viejo tronco caído o el pequeño avioncito de juguete que había logrado rescatar de una tienda en ruinas.

Aunque el rubio se sentía terriblemente mal por tener que dejarle literalmente atado en el fondo sabía que era la única forma en que ambos pudiesen sobrevivir. Llevarlo consigo representaba un riesgo pues muchas veces el rubio había tenido que enfrentarse no solo al impredecible clima si no también a las terribles criaturas que habitaban esa tierra. No, definitivamente esa cuerda en su tobillo era el pequeño pero fuerte seguro de vida a que el rubio prefería atarle, así al menos tenía la seguridad de que al volver ese pequeño pedazo de sol estaría ahí, esperándole sano y salvo.

-Ven aquí mi amor... papá terminó de coser tu nueva ropa, vamos a ver cómo te queda-

Steve levantó al bebé quien de inmediato sonrió encantado al ser alzado por su papá. Con cuidado Steve le colocó sobre una mesa para quitarle la ropita que ya le quedaba bastante justa. Aprender a costurar y remendar en esas condiciones había sido en definitiva todo un reto para Steve, como lo había sido prácticamente cualquier cosa que sucediera en ese sitio.

Con el paso del tiempo el rubio había descubierto que en realidad ese sitio era un espejo casi idéntico de la ciudad de Nueva York pero completamente en ruinas y si salías más allá del perímetro lo único que hallarías serían kilómetros y kilómetros de desierto, arena dorada que formaba dunas tan hermosas como interminables.

Así que había tenido que trabajar con lo que tenía y recorrer las calles que recordaba a la perfección para buscar las ruinas de las tiendas que alguna vez vendieron las cosas que iba necesitando. Así fue como consiguió la ropa para el pequeño solo que está estaba completamente desgarrada o chamuscada.

-mírate... papá no lo ha hecho tan mal después de todo...-

Ian le sonrió de vuelta, aún era muy pequeño para saber que la ropa anterior le quedaba pequeña pero era lo suficientemente mayor para saber que ahora su papá le sonreía con alegría contagiosa.

-zul!-

-si, el azul nos encanta! A papá Tony le gusta más el rojo pero creo que el azul nos sienta mejor a nosotros, no lo crees?-

Ian asintió en acuerdo con las palabras de su papá, su nuevo trajecito era de un azul algo gastado por el tiempo pero igual de bonito. Steve volvió a cargarlo para bajarlo de la mesa y dejarlo de vuelta en el suelo.

-vamos, hoy cenáremos pescado...-

El bebé brincoteo feliz al escuchar la palabra cena, siempre se sentía muy bien después de comer aunque no era algo que sucediese muy a menudo y por eso Ian había aprendido a celebrarlo, por el contrario esa pequeña muestra de alegría apretó por completo el corazón de Steve, sabía que el cuerpo de su pequeño bebé podía sobrevivir sin alimentos pero eso no significaba que no tuviese hambre...

Ian RogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora